Pasó, al menos de momento, el susto que nos dio la amenaza de una guerra a lo grande en Europa, en torno a Ucrania. Estoy entre los que opinan que hubo mucho de exageración al evaluar el riesgo vivido. Los dos responsables máximos del conflicto, Vladimir Putin y Joe Biden, se pusieron muy serios amenazándose e incluso promoviendo despliegues de fuerzas considerables, pero un análisis profundo de circunstancias y hechos lleva a pensar que en buena parte ambos iban a de farol.

Putin necesita mantener vivas sus ambiciones de recuperación soviética, que tanto satisfacen a sus incondicionales y Biden necesita recuperarse después del fracaso de Afganistán, que le tocó capitalizar, para poder afrontar sin grave deterioro las elecciones intermedias que se celebrarán en noviembre. Las partes, incluida la Unión Europea, que es la que cargaba con el grueso de la amenaza, han empezado por el principio, a negociar. Es un alivio.

Sin duda, la alternativa es hablar e intentar razonar antes de que los cañones empiecen a disparar

Sin duda, la alternativa es hablar e intentar razonar antes de que los cañones empiecen a disparar. Con los aviones bombardeando sobre las cabezas es mucho más difícil entenderse, incluso ante lo más elemental, que es evitar derramamientos de sangre. El peligro pasó, pero, eso también, solo de momento. Las ambiciones recíprocas por controlar el país cuya soberanía está en litigio amenazan con seguir creando tensiones. La nueva Guerra Fría ha estallado.

Como la OTAN no va a renunciar a sumar un miembro que lo desea, Rusia –que disfruta del éxito espurio de la apropiación de Crimea– lanzará cualquier día el reto del reconocimiento oficial como estados independientes de los territorios Lugansk y Donetsk, que con su apoyo se han declarado independientes años atrás y se mantienen en guerra abierta contra el Gobierno de Kiev.