Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Rusia y Turquía

Un artillero armenio en el territorio de Nagorno Karabaj.
Un artillero armenio en el territorio de Nagorno Karabaj.
EFE
Un artillero armenio en el territorio de Nagorno Karabaj.

Rusia y Turquía, aunque quizás sería mejor decir Putin y Erdogan, que ahora se llevan bien, comparten actualmente el dudoso honor de ser los principales entrometidos en la estabilidad internacional. A Erdogan tal parece que le ciega el deseo de reconquistar el imperio Otomano en el Mediterráneo. Posee unas buenas fuerzas armadas y se olvida de su compromiso con la OTAN para interferirse en los conflictos de Siria y Libia y compartir con Rusia el enfrentamiento por la disputa entre Armenia y Azerbaiyán por la agreste región de Nagorno Karabaj.

Los dos por diferentes razones han participado y están estimulando los enfrentamientos que empezaron a pedradas entre los habitantes del territorio y han pasado al despliegue de la artillería y los primeros ataques de las fuerzas aéreas. Putin, por su lado, parece que intenta recuperar la disuelta URSS, cuya influencia se le escapa, y después de apoderarse impunemente de Crimea, invadió el Dombás ucraniano donde sostiene a los secesionistas que controlan la región. Mientras tanto, se entromete en la política bielorrusa en defensa de la dictadura del buen aliado Lukashenko, azuza a Azerbaiyán en sus reclamaciones sobre Nagorno Karabaj e intenta imponer sus intereses en el conflicto que acaba de generarse en Kirguizistán tras unas elecciones amañadas.

Son muchos frentes abiertos entre los dos ambiciosos presidentes, que se olvidan de la pandemia que sufre el mundo y da la impresión de que intentan aprovecharse de la crisis y debilidad política generalizada para imponer su fuerza y consolidar sus intereses. Ambos países unidos cuando no revueltos, con la peligrosa vecindad y cooperación sigilosa de Irán, están poniendo al Cáucaso al borde de la guerra.

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