Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Cuando la búsqueda de la viralidad arrasa con el género documental

Imagen promocional del documental de Lola Flores
Imagen promocional del documental de Lola Flores
Movistar Plus
Imagen promocional del documental de Lola Flores

Un buen documental es lo opuesto de un tuit en busca de likes. Lo segundo puede acabar en el efectismo de la demagogia para llamar más la atención y, como consecuencia, conseguir cientos y cientos de comentarios.  Esa exposición es ansiada porque propicia visibilidad y los éxitos de hoy se proyectan desde esas mismas redes sociales. Son el nuevo boca-oreja de toda la vida, ahora a golpe de 'me gustas'. 

Pero existe un problema si los documentales que intentan retratar una historia de calado acuden a lo que aplaude Twitter como reclamo y terminan convirtiendo a reyes de la viralidad en los expertos principales que deben aportar experiencia, datos y reflexión al documental en sí. En parte, es lo que ha sucedido en el documental sobre Lola Flores de Movistar Plus: hay referentes que conocieron a la artista pero, también, mucha celebrity que cae en lugares comunes. No es estudiosa del personaje, simplemente es una estrella que puede generar conversación en Twitter. Su imagen vende como reclamo entre un nicho de público, pero no aporta chicha al documental. Lo mismo pasa cuando se realiza una programa para hablar del humor de antes desde una sensibilidad de hoy desde RTVE Play. ¿Quién se ríe ahora? se centra en referentes que han logrado merecido éxito a través de las redes por su talento, pero faltan otras perspectivas que otorguen contexto de la época porque la conocen. Porque un documental no trasciende desde la indignación que enciende Twitter, funciona cuando proporciona respuestas elaboradas a preguntas complejas. Mirar al pasado con espíritu crítico es ir más allá del 'uuuy, qué mal'. O no entenderemos los lugares de los que todos venimos. Sólo se logra una audiencia rápida. Estos casos son simplemente unos de los últimos ejemplos, pero pasa más a menudo de lo que parece. Da igual el tema que se trate, empieza a ser una tendencia hasta habitual.

Sin embargo, una gracia o denuncia que funcione en 280 caracteres quizá no tenga el recorrido que otorgue la profundidad y la perspectiva suficiente para que trascienda en el tiempo la cinta documental. Porque un documental es mejor si cuenta con vivencias o análisis asentados sobre la figura a abordar. Y no comentarios improvisados según los temas que se van sacando. En este sentido, el documental de Movistar Plus sobre Raphael, que se estrena este próximo día 13 de enero es una lección de cómo indagar en las motivaciones que llevan a un artista. La serie cuenta con el testimonio en primera persona del propio Raphael, pero dando al intérprete su espacio justo. Su mirada se contrasta con la de su entorno, con su mujer, sus hijos y con aquellos expertos y compañeros de viaje que han compartido realidades con el artista. Y le conocen bien. No está protagonizado por gentes virales, ni fans de póster. El formato atrapa a través de personas curtidas con el personaje para crear ese puzle de declaraciones y recreaciones que consiguen una obra que aporte. No te deja a medio gas, la fuerza está en que enseña al espectador sumergiéndole en aquello que no sabía. Cómo trabaja, dónde habita, sus vínculos, sus equivocaciones, sus miedos, sus inspiraciones. 

Raphaelismo narra con épica, claro, pero sin caer en el volátil golpe de efecto del testimonio-reclamo de un personaje de moda. Detalle de perogrullo. Sin embargo, hay una inclinación a tirar de reclamos puramente de aplauso en redes para tratar cualquier tema. Porque Twitter es el actual termómetro de éxito para los medios de comunicación y los documentales también quieren estar presentes ahí, en el meollo de la conversación social. Pero, cuidado, porque hay más vida que Twitter. Y el buen documental es justamente el que documenta retratando la complejidad de la vida, acontecimiento o hecho histórico con perspectiva trabajada no a través de axiomas. Entonces el programa no se queda en el aplauso del retuiteo instantáneo de un usuario que quizá ni lo vea entero, generando frustración en el espectador real. Porque no proporciona la experiencia del conocimiento, pues se queda en una superficie que probablemente ya podíamos pronosticar antes de ver la propuesta. Una superficie que también es síntoma de nuestro tiempo viralizado. Y que analizarán otros, en documentales dentro de cuarenta años.

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