En abril de 1979, con nuestra democracia recién nacida, los partidos de izquierda que le habían dado sus dimensiones progresistas (era y es de las más avanzadas del mundo) ganaron por goleada las elecciones locales y desde entonces gobernaron juntos durante décadas, repartiéndose con naturalidad concejalías y alcaldías.
Aquellos acuerdos contaron siempre con el respaldo de sus votantes. Las bases del PSOE no participaban del anticomunismo de sus dirigentes y las del PCE, luego de IU, no asumían el sorpasismo de los suyos: votaban mayorías progresistas, querían gobiernos progresistas y... santas pascuas.
Lo mismo ha ocurrido en fechas más recientes, ya con Podemos y grupos afines en escena, en algunas autonomías y ayuntamientos. Quienes votan opciones progresistas quieren gobiernos progresistas sin complejos y más después de ver salir del armario a la derecha más feroz y menos acomplejada. Lo increíble es que esa derecha haya tenido que sacar 50 escaños para que Sánchez e Iglesias echen su firma, después de desperdiciar oportunidades históricas.
Pero a la fuerza ahorcan y las urnas se lo han dejado claro: ahora o nunca. No sabemos cómo les saldrá el acuerdo, pero sabemos cómo les ha salido el desacuerdo: con dos millones de votos menos y más escaños que nunca para la extrema derecha.
Sabemos también que el mapa político actual exige pactos y los pactos exigen ‘digodiegos’ y cesiones. Las que están haciendo no hay que apuntárselas en el debe sino en el haber, por más que alimenten la maldita hemeroteca. Hay algo que nadie puede poner en cuestión: ese pacto cuenta con el aplauso de sus votantes, incluidos los que el 10-N se quedaron en casa porque no entendían nada de nada.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios