Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Ana Rosa Quintana sin rival: así logra arrasar en las mañanas de Telecinco

Ana Rosa Quintana se despide de la temporada 17 de 'El programa de Ana Rosa'.
Ana Rosa Quintana en 'El programa de Ana Rosa'.
MEDIASET
Ana Rosa Quintana se despide de la temporada 17 de 'El programa de Ana Rosa'.

El éxito del programa de Ana Rosa Quintana es consistente. Incluso cuando la presentadora no está al frente de su magacín de nombre homónimo, 'El programa de Ana Rosa', el formato se mantiene como infalible en audiencias. Hasta marcando grandes distancias con sus principales rivales.

¿Cuál es el secreto del programa de Ana Rosa Quintana? En primer lugar, la seguridad. El programa no titubea ni en tono ni en forma. Ni siquiera se deja afectar por lo que opinan las redes sociales de la manera en la que se enfocan los contenidos. 'El programa de AR' es un programa de autora con todas sus consecuencias, lo que le otorga una relevancia mayor al generar una conversación social que no crea indiferencia.

El público sabe lo que se va a encontrar en 'El Programa de Ana Rosa'. Un espacio que llegó a Telecinco en enero de 2005 y, a pesar de que va ya camino de los veinte años en emisión, no conoce la palabra desgaste y continúa robusto e influyente. Esta seguridad que da el liderazgo permite ver a una Ana Rosa sintiéndose libre y queriendo marcar la agenda informativa. Lo que crea más atracción en el espectador. Le caiga bien... o le caiga fatal.

Actitud escénica 

Pero Ana Rosa, además, cuenta con otra virtud televisiva: cuida las liturgias televisivas más de lo que parece. La puesta en escena es clave en televisión. Su actitud ante la cámara, su posición en los discursos del comienzo del matinal. Tampoco son casuales sus estilismos radiantemente blancos cuando estrena temporada o da una noticia relevante. El blanco es el brillo de la luminosidad. Y el programa de Ana Rosa tiene uno de los platós mejor iluminados de Telecinco. Lo que propicia un ambiente acogedor, reconocible y ordenado en el que apetece quedarse. 

De hecho, el orden es vital en un magacín y 'El programa de AR' atesora esa  estructura organizativa diáfana unida a la fuerza de la tradición. Así traza citas diarias en la memoria colectiva.  El primer tramo con la franja de la actualidad y, después, el acento se relaja con la simbología del sofá en el que se tratan temas de corazón o tele-realidad. Los dos ambientes están bien remarcados, pero también en ellos está dibujada la atmósfera para que el público empatice, comprenda de lo que se está charlando y se quede. No van con prisa y el formato da tiempo a la conversación. Ya sea con la intensidad de la teatralización del choque político a primera hora o con la charla de la crónica social, aquí más relajada en comparación con otros programas e incluso con la propia parte de la política.

Colaboradores los justos... y reconocibles

Y el público se queda porque es una conversación en la que es fácil no perderse y reconocer quiénes están hablando. Son colaboradores asociados al programa. Otra regla de seguridad para triunfar con un magacín: más vale tener un puñado de rostros que se asocian al espacio que muchos que van y vienen por todas las cadenas y nadie identifica con el formato en cuestión.

Mediaset no hace movimientos drásticos de temporada en temporada en sus mañanas, ya que saben que uno de los éxitos del género del magacín está en crear la rutina que permite que el espectador tenga margen de tiempo a conocer a los protagonistas del magacín y sepa que están ahí, a diario. María Teresa Campos fue la creadora que comenzó la revolución matinal en Telecinco cuando aterrizó en 1996 procedente de TVE y supo que debía desplegar un matinal con secciones altamente reconocibles, con un punto creativo y siempre organizadas con destreza para que el magacín no fuera repetitivo y, a la vez, el público recordara a la hora en la que se emitía cada concepto (a las 11 el corrillo, a las 12.30 la entrevista, a las 13.30 la mesa de debate...). De esta forma, entremezclaba entretenimiento e información con identificables prescriptores fijos que buscaban representar la diversidad de la calle e incidiendo, por primera vez, en la relevancia de la política que nos afecta en el día a día, que hasta entonces nadie creía que funcionaría en el género del magacín.

Citas estables que se cocinan con la fuerza de la tradición 

María Teresa Campos afianzó la cita diaria con su carisma transparente como comunicadora y su visionario bagaje como periodista curtida en radio y tele. Sus programas estaban preocupados por la participación constante del público. También introdujo el juego con la conversación sobre la tele-realidad en el matinal, como ya hacía en TVE con los culebrones en tiempos de Jesús Hermida. Resultado: Telecinco estaba afianzando su modelo de cadena con un todopoderoso vínculo con el espectador en la que los realities que se producían en la casa también servían para propulsar el interés por el resto de su parrilla.

Desde entonces, Mediaset ha contado con la mejor combinación de materias primas para alimentar sus matinales: la versatilidad para comentar la actualidad ajena pero, también, la exclusividad de tratar la propia. El canal se ha alzado en una factoría de historias desde sus shows de entretenimiento, historias que no tiene nadie más. Pero que tienen que llegar más allá que a sus fieles fans.

Sin complejos con lo que quiere ser

Ana Rosa Quintana recibió esa herencia de canal vivo en el que no paran de pasar cosas, pero a la vez ha hecho las mañanas suyas. A su manera. Incluso creyéndose su personaje. Su magacín se reconoce de un simple vistazo. En estética, en compás, en seguridad. Sabes lo que ponen y cómo lo ponen. Así 'El programa de Ana Rosa' representa el éxito de la constancia con orden y convicción dentro de una televisión que normalmente sufre tantos vaivenes fruto del mareo de las curvas de audiencia que, al final, sólo suelen trascender los más perseverantes y desacomplejados, los que tienen claro lo que son o lo que quieren ser. 

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