Conmoción en Granada: la 'metáfora de la ventana' que explica lo que pudo suceder en el cerebro del abuelo para matar a sus nietos

El luto se siente en Huétor Tájar como un invitado incómodo y silencioso que ha vaciado calles y llenado de crespones negros las fachadas. En el colegio y el instituto donde estudiaban los niños, los psicólogos ayudan a sobrellevar el duelo. Desde la tragedia, el padre de los pequeños permanece ingresado y sedado en el hospital.
El luto se siente en Huétor Tájar como un invitado incómodo y silencioso que ha vaciado calles y llenado de crespones negros las fachadas. En el colegio y el instituto donde estudiaban los niños, los psicólogos ayudan a sobrellevar el duelo. Desde la tragedia, el padre de los pequeños permanece ingresado y sedado en el hospital.
El luto se siente en Huétor Tájar como un invitado incómodo y silencioso que ha vaciado calles y llenado de crespones negros las fachadas. En el colegio y el instituto donde estudiaban los niños, los psicólogos ayudan a sobrellevar el duelo. Desde la tragedia, el padre de los pequeños permanece ingresado y sedado en el hospital.
Cartela sobre el trágico suceso en Huétor, donde un abuelo ha matado a sus nietos.
Carlos G. Kindelán - ATLAS

Era un hombre normal. Alegre, tranquilo, adoraba a sus nietos. El 19 de marzo viajaba en coche con ellos, junto a su mujer y a su hija. De repente se quedó dormido. Se estrellaron contra un muro. La hija falleció a las pocas horas. Los niños fueron hospitalizados. Su mujer murió unos días después. Pepe se sintió culpable y entró en depresión. Dos meses más tarde, tras discutir son su yerno, se atrincheró en casa, mató a los pequeños y se pegó un tiro. Es imposible saber lo que se le pasó por la cabeza. Pero podemos acercarnos a lo que le ocurrió a su cerebro.

La química

El trauma tiene memoria, deja marca en el cuerpo y puede reprogramar nuestra mente. Para entender cómo se reacciona ante un evento traumático puede usarse la metáfora de la ventana. Se trata de un concepto desarrollado por el psiquiatra Dan Siegel, de la Facultad de Medicina de UCLA. 

Imaginemos que tras un episodio impactante se accede a una ventana, en cuyos extremos se hallan dos áreas distintas. En la zona de la hiperactivación aparecen la ira, la agresividad, la manía y el autojuicio. Se producen comportamientos fuera de control, estallidos emocionales, se sabotean las relaciones, se actúa de manera caótica, o se tiende al aislamiento. 

En el otro lado de la ventana, en cambio, nos apagamos. Surgen la depresión, la tristeza, la impotencia, una sensación de agotamiento, confusión o desconexión. Es un estado de paralización. La zona idónea para hacer frente a un evento difícil es situarse en el medio, la llamada ventana de la tolerancia. Todo lo que ocurra en los dos vértices puede llevarnos a actuar de manera peligrosa e irracional. Tras el accidente Pepe trató de mostrarse entero. Mientras, su mente, oscilaba entre ambos extremos.

Y esa descompensación no es otra cosa que una reacción química. Parte del sistema límbico, que trabaja en la respuesta al miedo, entra en estado de agitación. En situaciones de estrés o peligro, busca defenderse. Para sobrevivir genera una explosión de cortisol, adrenalina, noradrenalina, la amígdala se vuelve hipersensible, afecta al hipocampo, y todo puede degenerar en un incorrecto funcionamiento de los mecanismos biológicos.

La psicoterapeuta Joelle Maletis, experta en trauma, llama a este proceso "cascada química". El bombardeo hormonal es descomunal. Y si el impacto emocional es demasiado potente, el sistema neurológico adaptativo se desborda. El área encargada de regular la toma de decisiones, la resolución de problemas o el control de las emociones, colapsa. Ahí es cuando resbalamos hacia un lado u otro de la ventana.

La psicología

Pepe, de 72 años, se encontraba desde el accidente en tratamiento psiquiátrico. Se sentía culpable. Acababa de perder a su hija, a su mujer, y había puesto en peligro a sus nietos. Puso en riesgo todo lo que más quería. Su vida. La relación con el yerno empezó a enturbiarse. Las discusiones se hicieron frecuentes. Dicen en Huétor Tájar que no le dejaba ver a los niños. Quizá por miedo, puede que por rabia. Pepe entró en depresión. Habló de suicidio. Y tenía una escopeta.

Algo ha fallado. Un individuo en tratamiento psiquiátrico no debería tener acceso a armas de fuego. Del mismo modo que se renuevan las licencias en función del tiempo o edad, parecería lógico también un aviso, un estudio psicológico, ante situaciones de alteración mental.

Algo ha fallado, un individuo en tratamiento psiquiátrico no debería tener acceso a armas de fuego

Según el informe preliminar de la autopsia uno de los nietos murió de un disparo. Fueron horas de pura tensión. El padre avisó a emergencias el domingo por la noche. Su suegro se había encerrado con sus dos hijos. Se escuchó un disparo y llegó la Guarda Civil. Ante la actitud del abuelo, escopeta en mano, tuvo que entrar en acción la Unidad Especial de Intervención. Pero el hombre no desistió, ni siquiera con el mediador. Dijo que los soltaría por la mañana, que los dejaría ir al colegio. Pero llegada la hora los mató. Y cuando los agentes accedieron a su domicilio, se suicidó.

En este suceso el trauma entró en toda la casa, invadiendo, a su manera, a cada miembro. El dolor de un padre que acababa de perder a su mujer. El desconsuelo de dos niños que vieron morir a su madre. La tortura de un abuelo que se sentía culpable. Entre esas paredes no solo se lidiaba con cada drama interno, se absorbía también el ajeno. La mayor parte de personas somos esponjas. Tendemos a impregnarnos del estado emocional de quien tenemos cerca. Felicidad, tensión o tristeza, su órbita penetra y sus efectos se inhalan. En lo que quedaba de esa familia, solo se respiraba angustia.

Se leen teorías sobre suicidio ampliado, homicidio compasivo o brote psicótico. En fases emocionales tan graves es indispensable la ayuda, el seguimiento y la observación. Fuera lo que fuera, lo dicen las estadísticas. El mal no se encuentra únicamente en las mentes perversas. Son las personas normales, en situaciones extremas, las que cometen la mayoría de los crímenes.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en 'Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias' y otro en 'Criminología, Victimología y Delincuencia'.

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