El interés con que se siguen todos los detalles de la vida de los Windsor, dentro y fuera del Reino Unido, no es en absoluto comparable con el que despiertan otras familias reales. No es algo específico de estos días, aunque, evidentemente, la actual situación de la Familia Real Británica, con los serios problemas de salud del rey Carlos y la princesa de Gales, ambos diagnosticados de cáncer y alejados de sus funciones públicas, es especialmente preocupante.
La reina Isabel, que tuvo la fortuna de disfrutar de una larga vida y estuvo setenta años al frente de la institución, tenía claro que para que la Corona fuera respetada y respaldada por su pueblo era necesario que a sus miembros se les conociera, que estuvieran presentes en la vida pública, que cumplieran escrupulosamente sus obligaciones oficiales y asistieran a los actos y eventos que tradicionalmente requerían su presencia.
El rey Carlos es consciente de ello y este domingo hará su primera aparición pública después de conocerse su enfermedad en las celebraciones de Pascua. Sabe que su presencia es necesaria y tranquilizará a todos. Previamente. este jueves envió un mensaje grabado que se difundió en la catedral de Worcester en un acto que presidió la reina Camila.
Kate aún tendrá que esperar un tiempo en tratamiento y recuperación, pero el vídeo que ha difundido explicando su situación ha generado una corriente de apoyo y simpatía.
Las actividades de la Familia Real han encontrado siempre amplio eco en los medios de comunicación, pero ese interés se ha extendido también, -y esa es la otra cara de la moneda-, a sus asuntos privados, que han sido aireados con profusión.
Todos conocemos los vaivenes de sus vidas. Lo que sucede en torno a ellos nos resulta cercano y familiar, de ahí su extraordinaria repercusión en todo el mundo.
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