OPINIÓN

Cáncer real, cáncer del pueblo

La princesa de Gales, Kate Middleton, durante el mensaje en el que ha anunciado que tiene cáncer.
La princesa de Gales, Kate Middleton, durante el mensaje en el que anunció que tenía cáncer.
KENSINGTON PALACE
La princesa de Gales, Kate Middleton, durante el mensaje en el que ha anunciado que tiene cáncer.

Pocos se libran de haber metido la pata los días previos al anuncio del cáncer de Kate Middleton con chistes y memes sobre su desaparición. No me atrevo a juzgar si la culpa fue de los medios especuladores, del cotilleo como deporte mundial o del despiste del equipo de comunicación real. Lo que sí tengo claro es que hay algo en el vídeo de la princesa que hace que no sea tan perfecto como se ha calificado. Es esa parte en la que asegura estar pensando en todas las personas afectadas por el cáncer. Les dice que no están solos y les pide que no pierdan la fe y la esperanza. Hombre, ante una enfermedad así no se tiene la misma fe y esperanza si te falta el título de princesa. Y el dinero.

Según un estudio de la Asociación Española contra el Cáncer, el 28% de las personas que sufren esta enfermedad terminan perdiendo su trabajo por las secuelas de la propia enfermedad o porque les despiden. La mayoría de ellos no pueden guardar su diagnóstico un par de meses como la princesa, sus jefes en seguida preguntan que a qué viene tanta baja. Eso los que lo tenían, que el 10% de los diagnosticados partían de una situación de vulnerabilidad económica –es una enfermedad cuya tasa aumenta a partir de los 75 años, es decir, en pensionistas–, aunque el porcentaje sube tras enfrentarse al tratamiento.

La nómina de los pacientes se ve mermada para hacer frente a la cirugía, quimioterapia o lo que toque. En nuestro país el tratamiento está financiado por la seguridad social –en esos en los que todo depende del seguro privado flipan para pagarlo–, pero para nada lo está todo el gasto farmacéutico. Tampoco se financian las pelucas –las buenas, de 1.500 euros para arriba–, los cuidados dermatológicos por la radioterapia, los traslados al hospital desde zonas rurales…

Es la llamada toxicidad financiara, el coste de la enfermedad que se ve obligado a asumir el paciente y que lo coloca en una situación económica más que complicada. Tampoco lo tienen más fácil las personas de su entorno que ofrecen cuidado; muchas se ven obligadas a dejar el trabajo para poder hacerlo. Con este panorama lo raro sería que uno de cada tres pacientes no sufriera un problema de salud mental asociado a la enfermedad.

Tiene pinta de que la princesa de Gales no va a tener mucha toxicidad financiera por su enfermedad. Tampoco parece que vaya a encontrarse con problemas al recuperar su trabajo. Que bien por ella, las desgracias mejor ahorrárselas, pero ya que ha decidido visibilizar la enfermedad buscando empatía estaría bien que aprovechara su alcance para hablar de ella con un marco más realista. Al dirigirse a todos los que sufren cáncer de tú a tú se olvida de que la desigualdad influye en la prevención, el acceso al diagnóstico, los tratamientos y la reincorporación. Se olvida de que hay un cáncer rico y uno pobre. Un cáncer real y uno del pueblo.

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