OPINIÓN

Ni tu perro ni tu gato son tus hijos

Una mujer lleva a su perro para ser bendecido durante la celebración del día de San Antón, a 17 de enero de 2024, en Madrid (España). El Ayuntamiento de Madrid celebra todos los años las fiestas del patrón de los animales con tradiciones como comprar panecillos, bendecir a los animales o varios actos litúrgicos, además de las ‘Vueltas de San Antón’, donde animales y dueños, acompañados de varias unidades de fuerzas y seguridad que tienen animales, recorren las calles de Madrid en procesión. 17 ENERO 2024;SAN ANTON;ANIMALES;BENDECIDOS;PERROS;PAJAROS Carlos Luján / Europa Press (Foto de ARCHIVO) 17/1/2024
Una mujer tras llevar a su perro para ser bendecido durante la celebración del día de San Antón en Madrid (España).
Carlos Lujan / EP / Archivo
Una mujer lleva a su perro para ser bendecido durante la celebración del día de San Antón, a 17 de enero de 2024, en Madrid (España). El Ayuntamiento de Madrid celebra todos los años las fiestas del patrón de los animales con tradiciones como comprar panecillos, bendecir a los animales o varios actos litúrgicos, además de las ‘Vueltas de San Antón’, donde animales y dueños, acompañados de varias unidades de fuerzas y seguridad que tienen animales, recorren las calles de Madrid en procesión. 17 ENERO 2024;SAN ANTON;ANIMALES;BENDECIDOS;PERROS;PAJAROS Carlos Luján / Europa Press (Foto de ARCHIVO) 17/1/2024

En el 2023 los nacimientos en España alcanzaron un nuevo mínimo histórico con la llegada de solo 322.075 niños. Tenemos un problema serio para el futuro, aunque la crisis de natalidad igual se arreglaba si se prohibieran los animales de compañía. Es que cada vez más dueños jóvenes –y no tan jóvenes– de perros y gatos los llaman sus hijos. El fenómeno se da sobre todo en entornos urbanos de esos en los que se vive por y para el trabajo. Ahora hasta hay empresas que les dan la razón ofreciéndoles medidas de conciliación gracias a la Ley de Bienestar Animal que hizo que se registraran el año pasado más de 13 millones de animales de compañía. La cifra de niños menores de dieciséis años en España no llega a los 7 millones. No hace falta ser Tezanos para interpretar que se está sustituyendo a los hijos por mascotas.

A lo largo de mi vida he tenido gatos, perros, tortugas, peces e hijos y solo con estos últimos me ha tocado limpiar la cocina veinte veces al día. Tampoco son iguales los malabares que hay que hacer para ir a buscar a un niño al colegio que para sacar al perro ni se puede comparar el coste económico de la crianza con el de la arena del gato. Pero que esto va de sentimientos y esos en cada uno son un mundo, así que es normal que haya quien esté convencido de que quiere a su mascota igual que si fuera un hijo. Les pasa a los que las humanizan, que es lo que se hace ahora con los animales de compañía. Paradójicamente, en paralelo se ha generado una deshumanización de la unidad familiar hasta incluso rechazarla.

Esta humanización animal milenial y Z se vende como una revolución individual de las nuevas generaciones que eligen cambiar hijos por perros y gatos libremente. Los habrá que así lo decidan, pero en muchos de ellos, al rascar, sale lo de siempre: el capitalismo que dice que se produce y asciende más cuantas menos cargas familiares se tienen. Un ‘perrhijo’ o ‘gathijo’ parece un buen sustituto que cuadra más en las empresas que ofrecen la posibilidad de llevárselo al trabajo, y hasta costes de veterinario. Esos privilegios entran dentro del llamado salario emocional, remuneraciones no monetarias que mantienen contentos a los trabajadores y que salen mucho más baratas que los días fuera de la oficina de los papás a los que se les pone malo el niño. Y es que en las empresas sí que tienen claro que un animal no es un hijo.

En el fondo todos lo sabemos, pero en España se ha pasado de abandonar perros en gasolineras a ponerles tartas de cumpleaños y felicitarles por Instagram como si fueran niños peludos que ladran. La realidad es que la fiesta suele ser más para el dueño que para el animal al que le cae la responsabilidad de ser como un bebé, algo que poco tiene que ver con sus verdaderos instintos. Y es que ver a un perro como un animal y no como un hijo no significa que se le haga de menos. Tampoco que no se le considere un miembro más de la familia o que no se le quiera. Verlo como un animal solo significa que se le respeta.

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