Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

¿Perder, perder?

Putin y Zelenski, dos años de guerra
Putin y Zelenski, dos años de guerra
HENAR DE PEDRO
Putin y Zelenski, dos años de guerra

El pasado día 19 de febrero finalizó la 60ª edición de la conferencia de seguridad de Múnich (MSC) a la que asistieron más de 50 jefes de estado y de gobierno y en la que se produjeron declaraciones de todo tipo, desde redencioncitas con el clima como la del presidente Gustavo Petro de Colombia, a las del neorrealismo ofensivo del presidente alemán Scholz, el alto representante de la Unión Europea Josep Borrell, o la presidenta de la Comisión Úrsula Von der Leyen. Inevitablemente, los temas más candentes fueron las guerras entre Ucrania y Rusia y, en Oriente Medio, entre Israel y el movimiento terrorista Hamás.

Las conclusiones de esa conferencia bajo un título tan poco esperanzador como “¿perder, perder?” pretendieron trascender el umbral de los conflictos actuales más visibles (aunque hay otros activos en el mundo), centrándose en cuatro puntos focales:

1 ) El optimismo geopolítico y económico de la era posterior a la Guerra Fría, aquel “fin de la historia” de Francis Fukuyama, se ha desvanecido. Los progresos evidentes en riqueza, desarrollo y seguridad no se han distribuido de forma equitativa, lo que ha generado un cuestionamiento del orden establecido y una creciente insatisfacción entre los ganadores y los perdedores de la globalización.

2) En el actual entorno de crecientes tensiones geopolíticas y preocupaciones económicas, los actores principales de las democracias “occidentales”, las autocracias más relevantes y el denominado “sur global”, se centran cada vez más en “sus” pérdidas y ganancias relativas, procurando acotar el riesgo de sus relaciones internacionales, es decir, limitando su capacidad de compromiso.

3) Los países son soberanos en el desarrollo de sus políticas. Sus gobernantes las consideran legítimas y apropiadas al entorno geopolítico inestable y cambiante en el que vivimos, pero son políticas que tienden al proteccionismo y que encierran un germen de disolución de los mayores logros conseguidos para la cooperación mundial en materia económica, como el tratado arancelario GATT, precursor de la actual y cuestionada Organización Mundial del Comercio.

4) En último lugar, la ineludible búsqueda del equilibrio entre la competencia por los beneficios inmediatos propios y la cooperación para obtener ganancias a largo plazo compartidos por la mayoría. Ello no significa ceder en los principios de reciprocidad, confianza y seguridad de los modelos democráticos, garantía última de su supervivencia, sino, más bien, buscar áreas de prosperidad compartida con los otros modelos de ejercicio del poder que permitan acercamientos progresivos y la creación de espacios de progreso común y compartido.

Trasladando lo anterior a los dos escenarios citados al principio, la pregunta es: ¿quién puede liderar ese proceso? y ¿de qué forma puede hacerlo? Si utilizamos como guía la respuesta a los cuatro puntos clave enunciados, una posible solución parece más asumible, al menos en el caso de la guerra de Ucrania. En el caso de Oriente Medio, hay factores de un orden tan subjetivo y antagónico que hacen mucho más difícil aventurar una posible respuesta a la cuestión.

En primer lugar, y tras más de dos años de conflicto, se trataría de facilitar un alto el fuego mediante una aproximación directa y un acuerdo entre quienes sostienen económica y militarmente a Ucrania, la misma Ucrania, y la Federación Rusa, habida cuenta de la sangría que humana que supone para ambos —las cifras de bajas que se citan no parecen probables— y que, desde diciembre de 2022, únicamente el 0,4% de territorio de Ucrania haya cambiado de manos.

En segundo lugar, se debería iniciar una negociación política que contemplase una aproximación indirecta entre Ucrania y Rusia facilitada por terceros y que garantizase la seguridad de ambos en el momento actual, sin perjuicio de posteriores rectificaciones en función del desarrollo de la situación. Tiene que imponerse el realismo constructivo sobre la maximización de beneficios.

Se debería iniciar una negociación política que contemplase una aproximación indirecta entre Ucrania y Rusia facilitada por terceros y que garantizase la seguridad de ambos

En tercer lugar, se trataría de dar viabilidad y seguridad jurídica y económica a Ucrania, sin que pudiera deducirse de ello un perjuicio directo para la Federación Rusa. La tarea más urgente es la reconstrucción de Ucrania y facilitar el retorno de sus refugiados y desplazados. Tienen ambos que percibir que en el acuerdo hay más que ganar que perder.

En último lugar, se trataría de estabilizar a largo plazo una situación que, de no acometerse, amenaza con ser un problema enquistado en el tiempo y que impedirá, tanto el desarrollo de Ucrania, como la normalización de la situación en un entorno que cada vez será más exigente en temas de cooperación y de unidad de esfuerzo para Europa.

En el caso de Oriente Medio —guerra de Gaza—, baste citar tres factores que hacen por el momento inabordable una solución. La polarización extrema tanto de la sociedad palestina como la israelí que no quieren oír hablar en ningún caso de cesión por negociación, uno o dos estados, o el cierre y traslado de asentamientos. La capitalidad compartida de Jerusalén con la cesión del control del Monte del Templo (Al-Haram Ash Sharif para los “creyentes”). Y, en último lugar, el retorno de los refugiados (según UNWRA, más de seis millones).

A lo que se puede y debe aspirar en este momento es a detener las acciones militares de Israel a la vez que se desarma a Hamás y se impide la resurgencia del conflicto y a la liberación de los secuestrados, de lo contrario se generará otro escenario de violencia de gestión imposible y de escalada cierta en función del tiempo.

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