Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

No confundir lo relevante con lo definitivo

Soldados ucranianos cerca de Avdiivka, Donetsk.
Soldados ucranianos cerca de Avdiivka, Donetsk.
AP
Soldados ucranianos cerca de Avdiivka, Donetsk.

“Que todo cambie para que todo siga igual” es una célebre frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) que aparece en un diálogo de su novela póstuma “El Gatopardo” de 1958. El oxímoron da a entender que para conseguir de forma discreta —encubierta— un propósito y un estado final deseado, no conviene confundir lo aparentemente relevante con lo definitivo. Hace falta que parezca que uno es capaz de transformar lo tradicional, lo real, buscando una ruptura definitiva con lo establecido. En una guerra como las que estamos presenciando en estos días, el gatopardismo es una constante que se emplea por todas las partes para mantener la tensión informativa, remodelar el relato y suministrar munición a la guerra de la información.

Veamos algunas muestras. El hundimiento por drones navales ucranianos de un buque de desembarco ruso es una noticia de impacto, pero no supone un cambio drástico sobre las expectativas de control del tráfico naval que discurre por el mar Negro, toda vez que éste se puede hacer desde tierra mediante sistemas A2AD (anti access/area denial). Así pues, no se puede extrapolar de ese éxito que, por fin, el mar Negro vaya a ser una ruta abierta que permita reanudar con total normalidad el tráfico naval.

De la misma forma, la reciente toma de Avdiivka por el ejército ruso es una victoria táctica evidente. Recupera una ciudad que estaba en posesión de Ucrania desde el inicio de la guerra en 2014. Pero ello no supone en términos operacionales, y aun menos estratégicos, que esta acción sea el punto culminante de la guerra. Los ucranianos han evitado el cerco que hubiera supuesto su completa destrucción o rendición, y se han replegado —con pérdidas severas— buscando el amparo de una nueva línea defensiva en la que procurarán organizarse y detener la progresión rusa, si es que llega a producirse. Hay que tener en cuenta que, salvo que se disponga de una reserva potente que lanzar a la explotación del éxito (no es el caso ruso actualmente), las unidades que conquistan un objetivo tienen que consolidarlo, reorganizarse, estar en condiciones de defenderlo de los posibles contrataques, descansar y, si pueden, prepararse para la siguiente acción.

Un apunte más, también lampedusiano. Se informa que por parte de una coalición de países se va a proporcionar a Ucrania un millón de drones. ¡Un millón! Ciertamente, es una cifra demoledora, definitiva, pero que una vez analizada, habla de la necesidad de disponer de personal especialista formado para operarlos, de medios auxiliares para facilitar el mando y control de ese personal y del espacio aéreo, de la superioridad en el enfrentamiento en el espectro electromagnético y, por último, confiar que el adversario no vaya incorporando una tecnología similar que le permita desarrollar el enfrentamiento con nuevas tácticas técnicas y procedimientos que los neutralicen o degraden.

Por último, otra noticia alarmante de impacto global llega en un momento complejo para la estabilidad mundial. La inteligencia de Estados Unidos ha detectado un desarrollo armamentístico por parte de la Federación Rusa que supondría una ventaja tecnológica disruptiva. Se trata, al parecer, de un sistema nuclear con capacidad para actuar en el dominio ultraterrestre sobre satélites de observación/inteligencia y telecomunicaciones. Sea lo que sea lo que finalmente esté experimentando la Federación Rusa, lo que está fuera de toda duda es el efecto que ha provocado el anuncio: alarma y presión para aumentar la inversión tecnológica en defensa y no “quedarse atrás”; hay que cambiar radicalmente planteamientos y procesos para seguir siendo hegemónicos.

Decía el que fue presidente de Estados Unidos Dwight D. Eisenhower, “Ike”, en su discurso de despedida de la Casa Blanca en 1961 que temía que en Estados Unidos se llegara a consolidar un lobby militar-industrial que alterase las prioridades de las políticas públicas de la nación en su beneficio. Del paquete de ayuda exterior que está pendiente de aprobación en la Cámara de Representantes por un valor de 95.000 millones de dólares, unos 61.000 millones son para la guerra de Ucrania y unos 14.000 millones para Israel. El dato a analizar es que la parte de esa cantidad que se va a invertir en empresas de armamento de Estados Unidos es de más de 46.000 millones. Desde el inicio del conflicto, y sin contar las cantidades pendientes, sólo Estados Unidos ha proporcionado a Ucrania 75.000 millones. Como decía “Ike”, da que pensar si todo ese esfuerzo de cambio es para que todo siga igual.

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