OPINIÓN

No es invencible

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Siempre que se le ve a Sánchez en apuros, hay alguien que nos advierte de que saldrá airoso del nuevo jardín en el que se ha metido. Yo no sé lo que hay en esa agorera y recurrente advertencia de fino análisis o de fatalismo supersticioso. Sé que pasa por lo primero cuando quizá es lo segundo. Como sé también que la ley de amnistía no es un gol más que Sánchez podrá meter al Estado de Derecho. Es un hueso duro que cada vez se le hace en la boca más rocoso. La mala cara que tenía el pasado martes, después de que los de Junts le tiraran a los pies el regalito legislativo que les había ofrecido, no es un hecho anecdótico. Indicaba que por primera vez planeaba sobre su cabeza la noción del límite. Podrán recuperar el color en el rostro él y Bolaños; seguir haciendo como que no pasa nada, pero unos y otros han salido dañados de esa sesión. Cuando tienen a una gran parte del país en contra, se empiezan a pelear también entre ellos.

Sí. También los malos cometen errores. Creo que es una tendencia de nuestra cultura atribuir al mal un poder absoluto. Lo vemos en el cine y en las series televisivas en los que el psicópata posee un omnímodo poder sobre la víctima que lo hace irreductible. Controla sus cuentas bancarias, su ADN, las salidas y entradas en su domicilio, el ordenador, el móvil, sus recuerdos, la infidelidad que cometió veinte años atrás y con la que podría destrozar su matrimonio. Las consecuencias de esa fantasiosa tendencia a magnificar el poder del mal no son nada saludables ni provechosas cuando se trasladan al terreno político. Buena parte del éxito de las dictaduras se debe a su capacidad para infundir en el ciudadano la sensación de que se halla cercado de espías, confidentes y mecanismos coercitivos del régimen que se cernirán sobre él en el instante en que de un mínimo paso subversivo o se atreva a romper la ley de silencio. Dicho poder no es real, pero actúa como si lo fuera y por lo tanto acaba siendo real en ciento modo porque es sobre todo efectivo.

Digo que pasa en las dictaduras, pero sucede asimismo en las democracias en las que un grupo ideológico consigue deteriorar el sistema con comportamientos autoritarios y perversos que no encuentran un freno institucional. Pasó y pasa aún en Cataluña y en el País Vasco, donde el ciudadano tiene la sensación de que significarse políticamente contra el nacionalismo puede acarrearle represalias en el trabajo, en la vida social o en sus relaciones con el fisco. A veces tales temores son fundados y a veces no. Pero es precisamente en esa perversa ambigüedad donde reside la fuerza represiva y coercitiva de la secta gobernante. La creencia supersticiosa de que los tentáculos del poder son infinitos es de lo más rentable para disuadir al ciudadano medio del más leve amago de insumisión. Y por desgracia ese mal que ha conformado las sociedades vasca y catalana hoy amenaza con trasladarse al resto de España. También empieza a haber una idea supersticiosa del poder demiúrgico del sanchismo.

No. No es invencible. Más bien es especialmente débil con esos socios tan rocambolescos. Lo que le exigen Puigdemont y su gente, convertir el terrorismo y la alta traición en "derechos democráticos", es algo que solo se les podría pasar por la cabeza a Hannibal Lecter y al Joker de Batman juntitos en una noche de copas. Sí, creo que la amnistía será la tumba política de Sánchez.

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