Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

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El presidente Donoghue (segundo por la derecha) y otros jueces de la Corte Internacional de Justicia en La Haya valoran la denuncia de Sudáfrica en La Haya, el 26 de enero de 2024. EFE/EPA/Remko de Waal NETHELANDS CONFLICT JUSTICE
La presidenta Donoghue (segundo por la derecha) y otros jueces de la Corte Internacional de Justicia en La Haya valoran la denuncia de Sudáfrica en La Haya, el 26 de enero de 2024. EFE/EPA
Remko de Waal
El presidente Donoghue (segundo por la derecha) y otros jueces de la Corte Internacional de Justicia en La Haya valoran la denuncia de Sudáfrica en La Haya, el 26 de enero de 2024. EFE/EPA/Remko de Waal NETHELANDS CONFLICT JUSTICE

La denuncia de Sudáfrica a Israel por crímenes de guerra ante la Corte Internacional de Justica (CIJ) y el posicionamiento inicial de la misma –procurando una equidistancia casi imposible– ha permitido que las acciones y reacciones de unos y otros sean prácticamente idénticas, asumiendo la toma de partido en favor propio del CIJ por las partes interesadas. Resumiendo, no se aprecia, en principio, la comisión de genocidio por parte de Israel, pero se insta a su Gobierno para que controle a sus Fuerzas Armadas e impida la comisión del mismo, que reprima cualquier manifestación que lo aliente y que aumente la ayuda a la población palestina en Gaza, entre otras.

La complejidad aumenta, entre otros motivos, por los ataques que han afectado a tropas estadounidenses desplegadas sobre Jordania, Siria e Irak. Particularmente las tres primeras bajas mortales del US ARMY desde el 7 de octubre como consecuencia del ataque de una milicia proiraní sobre una base en Jordania. Este hecho era previsible analizando la escalada de acciones sobre intereses e instalaciones de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. De la misma forma, era previsible la extensión de la amenaza de represalias norteamericanas, no solo a esas milicias chiitas responsables de los ataques, sino también a su patrocinador, Irán, que se ha apresurado a asegurar que nada tiene que ver con lo ocurrido en un gesto poco frecuente por parte del régimen de los ayatolás. De otra parte, distinta y distante, llegan igualmente advertencias al régimen de Teherán respecto a las acciones de su proxi, los hutíes de Yemen, y su alteración de la seguridad del tráfico marítimo por el mar Rojo. En esta ocasión es la República Popular China la que advierte a Irán que de persistir los hutíes en su actitud, las consecuencias serán graves y afectarán a ambos: al guionista y al actor.

Por último, un conjunto de países de la zona, apoyados en Qatar y en coordinación con Israel y Estados Unidos, está muñendo un acuerdo de alto el fuego de cierta duración (entre 35 y 60 días) a cambio de la liberación de un número considerable de rehenes (en torno a 100). El que salga adelante o no este acuerdo estará en función de las perspectivas de Hamás acerca de su rentabilidad en función de los apoyos que le sostienen y de las ventajas que obtenga. Hamás necesita financiación, retaguardia y apoyos político-ideológicos. Si quien los proporciona decide modular su apoyo, Hamás será más proclive a la negociación so pena de aislamiento e irrelevancia.

Israel y la inteligencia de Estados Unidos estiman que Hamás aún mantiene operativo un 80% de su infraestructura de túneles y depósitos de armas, que retiene aún con limitaciones la posibilidad de lanzar cohetes sobre Israel, y que tiene la capacidad de reinsertar células combatientes en zonas previamente aseguradas por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en el norte y centro de la Franja. Se impone el realismo en el campo de batalla: solo se puede pelear lo que se puede ganar, aun a costa de un esfuerzo ímprobo o heroico. El resto es un sacrificio estéril y una pérdida de tiempo. Llegados a este punto conviene sopesar a qué responde exactamente el interés por prolongar un conflicto que, a la postre, no se va a poder ganar en los términos en que se planteó inicialmente por parte de Israel.

La solución que se plantea por parte de Estados Unidos, la Unión Europea, los países árabes y otros actores internacionales es la de dos Estados. Una solución aparentemente susceptible de ser adoptada en breve espacio de tiempo y con costes asumibles por todos aquellos que no están implicados directamente en el conflicto. Israel en este momento no la puede aceptar de ninguna manera, Hamás la rechaza abiertamente, la Autoridad Palestina la rechazó en su día después de los acuerdos de Oslo cuando su credibilidad era muy superior a la actual y, en fin, ningún país árabe ni vecino quiere que Hamás, un movimiento terrorista, lidere un país soberano en la zona. Así que esta primera aproximación no parece muy real.

Una segunda solución sería un solo Estado, con los palestinos de Gaza y Cisjordania como ciudadanos de pleno derecho de un nuevo Estado de Israel. Probablemente, la bondad, simplicidad y pureza conceptual de la solución oculte que el odio que se profesan mutuamente unos y otros haga inviable esa única ciudadanía, máxime después del 7 de octubre y de las atrocidades que deliberadamente se cometieron para dinamitar un proceso regional de cooperación y progreso. Si a lo anterior sumamos el problema de los refugiados y su derecho reconocido a retornar a sus lugares de origen (hablamos ya de más de cuatro generaciones y unos 6 millones), deducimos la imposibilidad de esta vía porque supondría la dilución del espíritu fundacional de Israel.

Una tercera solución sería la incorporación de Cisjordania y Gaza a los Estados soberanos que inicialmente eran sus orígenes hasta la guerra de los Seis Días: Jordania (Transjordania) para Cisjordania y Egipto para Gaza. Los problemas en este caso están directamente relacionados con el rechazo de los Estados citados para admitir como nacionales a los palestinos y otros (israelíes colonos entre otros) que habitan esos territorios. Todo es posible si hay voluntad y beneficios a obtener, aunque por el momento no parece que sea una hipótesis plausible.

Y, por último, lo que en otro tiempo y entorno don José Ortega y Gasset definió como la conllevanza, es decir la aceptación tácita de un problema insoluble, a sabiendas de que, periódicamente, estallará y exigirá medidas traumáticas para su gestión. Desgraciadamente, se muestra como la hipótesis más probable, un nuevo Hamás, quizá con distinta apariencia y objetivos más limitados, pero, a la postre, con la voluntad, la capacidad y el conocimiento necesario para impedir una solución definitiva y, simultáneamente, un riesgo aceptado por aquel que le tendrá que hacer frente antes o después.

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