OPINIÓN

Año Nuevo, izquierda vieja

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Europa Press
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Desvelado el secreto del vestido de la Pedroche, toca poner en práctica la lista de propósitos para el Año Nuevo. Adelgazar, dejar de fumar, apuntarse al gimnasio, leer más… Los objetivos son parecidos año tras año, sobre todo porque se suelen cumplir como mucho hasta marzo. Y es que mantener una promesa siempre es difícil. Que se lo digan a Sánchez y sus colegas independentistas a los que les llueven alcaldías y amnistías.

Con tanta falta de palabra, se hace difícil imaginar una lista de propósitos de la izquierda que nos gobierna, así que voy a hacerla yo, por si cuela. Solo es uno, bien sencillo: que la izquierda sea izquierda. En los últimos años, el PSOE ha conseguido colar el discurso de que para ser progresista de tomo y lomo hay que abrazar a partidos como Bildu o Junts. 

Al parecer, la bandera de España huele a cerrado, pero la de las autonomías que sueñan con el separatismo tiene historia aliñada con progresismo. Entiendo que lo vean así sus políticos interesados en pactar que saben que el poder tiene un precio. Lo que me cuadra menos es que sus votantes no lo critiquen y hasta lo defiendan.

Igual es porque ser de izquierdas ya no tiene nada que ver con la identidad de clase. Podemos y la estela de Sumar se han encargado de convertirlo en un conflicto pijo en el que la identidad la definen cosas como el uso del lenguaje inclusivo. Entre eso y el feminismo cosmético, la ideología socialista ha terminado cubierta por una moral buenista que a mí es que me recuerda a la catequesis del colegio.

A la Iglesia siempre le ha encantado decidir lo que está bien, lo que está mal y quién merecía llevar una letra escarlata. La progresía contemporánea se comporta igual cuando persigue en redes con las antorchas a cualquiera que se salga de sus esquemas de lo que consideran moralmente aceptable llamándole facha. Eso sí, entre cancelación y cancelación, tuitean que viva la libertad de expresión y que la prioridad es la salud mental.

Que la gente se haya creído todo este cuento rojo también tiene algo que ver con la Iglesia. El mundo ha pasado de ir a misa a Apple Store, con la consecuente traslocación de valores del capitalismo. No digo que la otra iglesia fuera mejor (más barata sí que era, que en la otra el párroco se llama Dinero), pero al menos sabías que ibas a que te soltaran un sermón. Normal que la ultraderecha luego arrase con sus propósitos de año nuevo disfrazados de libertad. Un momento, que me había olvidado de que decir esto también es de facha...

He leído un estudio que dice que solo el 8% de los que hacen propósitos de año nuevo consiguen llevarlos a buen puerto. Yo renuncio a los míos para que ese porcentaje vaya a favor nuestros políticos. Y me da igual que sean de un lado o del otro, lo importante es que sean consecuentes con su ideología. A ver si así no solo es nuevo el año, sino también la política.

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