Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

El cisne negro permanente

Crías de cisne negro siguen a su madre en el Parque de Merwestein, en Dordrecht, Holanda.
Crías de cisne negro siguen a su madre en el Parque de Merwestein, en Dordrecht, Holanda.
Robert Vos / EFE
Crías de cisne negro siguen a su madre en el Parque de Merwestein, en Dordrecht, Holanda.

Los cisnes negros de Taleb son lo normal, en 2024 un cisne negro será un día sin masacre, que no pase nada o que haya un poco de paz. El concepto “cisne negro” ha sido desbordado por su frecuencia. Es tan veloz la barbarie, hay tanta desesperación y tanta urgencia que parece que las fábricas de misiles hacen rogativas para que estallen nuevos conflictos, terrorismos, invasiones. Más rezan las armas que los que quieren la paz. Quizá la industria de las armas, tan respetada como los bancos, ha puesto sus algoritmos a reventar el mundo.

La invasión de Israel a Gaza en respuesta a la incursión de Hamás sobre Israel tiene su onda expansiva en forma, de momento, de colapso logístico, algo que ocurre también con frecuencia por diversas causas, incluyendo la sequía que impide el uso normal del canal, un barco cruzado… Los canales y los estrechos, como las emociones, son embudos frágiles que pueden estallar en cualquier momento. Al menos en Egipto se renueva el dictador y no hay revoluciones de momento. El Sahel, la faja de África, como escribe Francisco Gan, es un hervidero de conflictos y terrorismos para el que los primeros mundos ni siquiera tienen tiempo ni recursos. La epulsión de Francia, etc.

Los primeros mundos son varios y dispares. Además de los de siempre están China, India, Rusia (potencia invasora atómica que realza su posición a bombazos)… India ha cambiado de nombre este año de mutaciones rápidas, pero nadie usa el nuevo.

La Unión Europea se está saliendo de los primeros mundos sin darse cuenta. Su soberbia y su falta de atención para escuchar al resto del mundo y a sus propios ciudadanos confluyen con su incapacidad para reaccionar, ya no digamos anticiparse, a los cambios: se le fue un miembro relevante en el Brexit y hace como si no pasara nada. Finge democracia a base de burocracia; regula más que produce y se está quedando sola, reducto de melancolías, imperios, masacres y tradiciones. Todo lo bueno, --los derechos humanos, la democracia, la igualdad de hombres y mujeres, la utopía de la Ilustración sin misiles, el libre tránsito, el euro--, se deshace y se olvida si no se puede pagar el alquiler, tener hijos o gestionar la emigración.

La polarización no es un fenómeno geológico o del cambio climático (o quizá sí) y hay sectores que se benefician de ese ambiente hostil universal. La polarización es el cisne negro permanente de esta semiépoca o temporada larga.

La proliferación de cisnes negros hasta el punto de que no son fenómenos exóticos se intensifica con los ataques de las milicias yemeníes de los utíes, chiitas nutridos por la larga mano de Irán que colapsan el estrecho del Mar Rojo (para ser que está bajo de energías y dinero Irán cunde lo suyo; aun no se sabe nada del ataque contra Vidal-Quadras, al que casi le vuelan la cabeza). Los misiles yemeníes contra barcos en el estrecho de Bab el Mandeb (Puerta de las Lágrimas) fuerzan a USA a armar una flotilla reclutando socios informales, sin la OTAN ni la UE ni la ONU, una alianza puntual para defender el tránsito hacia el Canal de Suez. Entre ellos, España (que debe aprobar la intervención en el animado gallinero del Congreso), y las Islas Seychelles, que entran así en la historia bélica universal. La operación se llama “Guardián de la Prosperidad”, de manera que hay un poeta entre los estrategas del Pentágono, quizá el mismo de la operación “Tormenta del Desierto”.

Este foco de nuevas calamidades es la onda expansiva de la incursión de Israel en Gaza como respuesta al ataque de Hamás y expande el dolor a los precios. La globalización viene sufriendo acoso y colapso por todas partes al menos desde la pandemia aquella. El dolor de bolsillo se une así al horror de ver día a día las masacres en Gaza, que se suman a la locura que Putin ha desatado en Ucrania. Biden ha tratado de confinar la guerra en Oriente Medio al puro foco pero no está teniendo éxito. Los conflictos acaban por expandirse y llegan desde el primer segundo a cada casa y a cada conciencia. Zuckerberg se construye un megabunker secreto a voces en Hawái mientras uno de sus expleados da la cifras del acoso sexual a menores en Instagram y explica que los jefes lo saben y no hacen nada. Las grandes tecnológicas que manejan el mundo desde el interior de cada persona son el cisne negro continuo de los años diez y veinte del XXI.

Los hutíes de Yemen se denominan en la jerga oficial de la flotilla por la prosperidad “agentes no estatales”, que es una categoría diferente en la que quizá se podrían meter las GAFA y otras como Airbnb que ya han modificado el mundo y se apoderan de amplias zonas de las ciudades y conciencias. La continuidad de cisnes negros es la característica de la época. De shock en shock y que nos quedemos como estamos. O al menos que sepamos esquivar los sustos y lo que venga. Que la inflación nos perdone.

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