Si tú vas dando lecciones de todo a los demás, sobre todo, de ética y de justicia social, lo normal, lo más normal, debería ser practicar con el ejemplo, ¿no? Pues, no. En Podemos esto no es así.
El paso de Irene Montero por el gobierno de Pedro Sánchez ha sido lamentable. Cuando alguien se resiste a rectificar a pesar de lo que te dicen personas nada sospechosas de tenerte ojeriza, no es resiliencia, sino arrogancia. Podría utilizar otras palabras, pero no lo haré.
Se debe tener en cuenta a la hora de analizar las actuaciones de los líderes de Podemos cómo ellos han analizado a los demás. Según su verborrea, en España, cuando irrumpieron, había una casta política corrupta, viciada y viciosa que tenía que ser enviada a la papelera de la historia.
Una casta que vivía de la política sin voluntad transformadora. Unos políticos profesionales que debían ser substituidos por gente que se sacrificara noche y día por el pueblo y un sin fin de eslóganes más a cuál más poético. Hoy, aquellos que acusaban a los demás de vivir de la política, se resisten a dejarla.
Con más palabrería que sólo convence a los ya convencidos, Irene Montero será la cabeza de cartel de Podemos en las elecciones al Parlamento Europeo. Como que esas elecciones son de circunscripción única, le bastan 300.000 votos para conseguir el escaño, un objetivo alcanzable.
Con todo, a nadie se le escapa que lo que más motiva a Montero, a Iglesias y a Belarra es erosionar tanto como se pueda a Yolanda Díaz, la líder todo poderosa de Sumar, y la responsable del golpe en el palacio morado que ha condenado a los que iban a asaltar el cielo a la casi irrelevancia.
Y es esa casi irrelevancia la que debería preocupar mucho más de lo que parece que lo hace a Pedro Sánchez. Los libros de historia están llenos de capítulos dedicados al canibalismo de la izquierda entre sí, y cuanto más a la izquierda, peor.
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