Helena Resano Periodista
OPINIÓN

En junio tocan las europeas

Banderas de la Unión Europea frente a la sede de la Comisión Europea.
Banderas de la Unión Europea frente a la sede de la Comisión Europea.
CONTACTO vía Europa Press
Banderas de la Unión Europea frente a la sede de la Comisión Europea.

En junio tendremos elecciones europeas, unas elecciones que, por lo general, despiertan entre poco y nada entusiasmo. La participación suele ser más bien baja y es curioso, porque es en esa papeleta donde, quizás, más nos jugamos sobre lo que queremos ser y hacia dónde queremos ir como país. Muchas de las políticas que se deciden en Bruselas condicionan absolutamente el resto de políticas económicas o sociales de los países miembros, también del nuestro, también de nuestras ciudades, de nuestras comunidades. Bruselas pone los límites y marca las fronteras de decisiones importantes en nuestro día a día. Es ahí donde se diseñan las políticas de movilidad de las ciudades, por ejemplo.

Pero Bruselas nos suele quedar muy lejano y eso se refleja en el dato de participación de estas elecciones. En las de 2014 no se llegó al 44%. En las de 2019, con el shock todavía de la salida de Reino Unido, tuvimos un repunte importante, 60,73%. Ahora que los populismos ganan terreno en gobiernos de Europa, veremos si eso es un aliciente también para ir o no a votar.

En Bruselas se deciden por ejemplo cómo queremos controlar el desarrollo de la inteligencia artificial, hasta dónde vamos a permitir que esa tecnología, que avanza a un ritmo vertiginoso, podamos o no controlarla, regularla. Y no es una cuestión menor, nos estamos jugando mucho en esa decisión. En Bruselas también se controla cómo las grandes plataformas manejan nuestros datos, cómo los almacenan o redireccionan hacia terceros, cómo se mercantilizan. Se ponen límites a empresas que operan fuera del continente pero que están en nuestro día a día. Coordinando esas políticas entre todos, para que no haya trampas. En Bruselas se decide también cómo vamos a posicionarnos en conflictos que nos tocan de cerca, como el de Ucrania o el de Gaza. Es ahí donde se marca una política común, una política exterior que, cada vez, afortunadamente, es más clara. Europa dio un paso al frente tras la invasión rusa de hace casi ya dos años. Sabían que dejar sola a Ucrania suponía un riesgo, no ya para el resto de países de la zona, sino para todo el continente. De hecho, ahora, con el paso del tiempo y con el conflicto de Gaza, desde Bruselas se sigue insistiendo en la importancia de no olvidarse de Ucrania. Si no se le sigue apoyando política y militarmente, el invierno puede ser muy duro en el frente. Y la seguridad del continente puede quedar expuesta.

Europa ha sido desde el final de la Segunda Guerra Mundial el continente que más esfuerzos ha hecho por mantener y preservar la democracia. Por no volver a dañarla. Los conflictos del siglo XX marcaron una conciencia europea sobre la defensa de los derechos humanos que sigue vigente a día de hoy, más que nunca. Y son esos límites los que siguen marcando la hoja de ruta, para los países miembros y también para el resto de la comunidad internacional.

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