Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Napoleón en España

'Napoleón'
Fotograma de la película 'Napoleón'
Columbia Pictures
'Napoleón'

A Francia le ha tocado la moral la película de Ridley Scott sobre Napoleón. Una cinta taquillera con todos los alardes técnicos propios de un director experto en escenas grandiosas en la que sí se echa en falta el rigor documental que merece un personaje de esa dimensión histórica. Scott, iracundo, ha respondido a las críticas de la prensa gala diciendo que "una película no puede ser una lección de historia". 

Olvida el cineasta que una producción ambiciosa que recorre la vida y milagros del emperador francés de alguna manera se asienta en el imaginario público como una verdad histórica y, en consecuencia, ha de tener cierto compromiso de pedagogía con la realidad.

A mi admirado Ridley Scott se le ve demasiado el plumero británico en el trato a la figura de Napoleón presentándolo como un zafio sin modales, agresivo y maltratador, en abierto contraste con el duque de Wellington, al que deja como un señor. 

La intuición es la única característica que se aprecia en la interpretación de Joaquin Phoenix del emperador, pero en ningún momento refleja el carisma que necesariamente habría de tener para llegar a la cumbre y que Francia le siguiera como un solo hombre en su ambición de unir a toda Europa enarbolando la Ilustración.

No hay duda de que los ejércitos franceses se abrasaron en los hielos de Rusia como aparece en el filme, pero olvidarse de la guerra de España como si lo de aquí fuera un episodio menor tampoco nos deja contentos a los españoles que celebramos el 2 de mayo, Día de la Comunidad de Madrid. A Scott le habría bastado una visita al Prado antes de rodar para inspirarse en La carga de los mamelucos de Goya o en Los fusilamientos del 3 de mayo para incluir alguna secuencia que reflejara lo que supuso en nuestra patria la guerra napoleónica.

Aunque la Corona española le puso alfombra roja al ejército invasor, aquellos españoles de entonces, a los que no les hubiera venido mal unas décadas de Ilustración, se enfrentaron a pecho descubierto al ejército más poderoso de Europa, para defender la dignidad que sintieron pisoteada.

Allí por donde pasó la soldadesca gabacha los saqueos mermaron nuestro patrimonio artístico y Napoleón olvidó decirles a sus mariscales que nunca puede gobernarse un país atropellando y humillando a su ciudadanía. En ese aspecto tampoco el gran rival del emperador galo, el duque de Wellington, se comportó con la lealtad y decencia que se espera de un aliado. 

Este militar, héroe nacional del Reino Unido, donde no hay ciudad que no tenga un monumento o una calle con su nombre, llegó a comandar las tropas españolas en su campaña contra Napoleón. Sin duda ayudó en la guerra a la causa de la independencia, pero nunca lo hizo por el interés de España sino por el suyo propio. 

Así actuó hasta el extremo de ordenar a su paso la destrucción de toda factoría que pudiera competir con las manufacturas británicas, de manera que la industria española sufrió más incluso por la intervención de los ingleses que por las huestes napoleónicas. Wellington mandó pegar fuego a las hilaturas de Béjar porque rivalizaban con las de Mánchester y bombardeó la fábrica de porcelanas de El Retiro que competía con las vajillas inglesas. Cuanto incautó a los franceses que huían con los objetos de valor y obras de arte rapiñados en España, el duque, en el más puro estilo british, se lo llevó para Inglaterra y no devolvió ni un candelabro. Para Inglaterra marcharon obras de Velázquez y Murillo que aún pueden contemplarse en su casa Museo de Hyde Park Corner. Quizá por eso el británico Ridley Scott prefirió no sacar a España en su Napoleón.

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