Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Portugal, tan próximo y tan diferente

El ya ex primer ministro de Portugal Antonio Costa (izquierda) estrecha la mano al presidente Rebelo de Sousa.
El primer ministro de Portugal, Antonio Costa (izquierda), estrecha la mano al presidente Rebelo de Sousa.
AFP via Getty Images
El ya ex primer ministro de Portugal Antonio Costa (izquierda) estrecha la mano al presidente Rebelo de Sousa.

Algunos políticos de la actual generación de salvadores de la Patria deberían echar un vistazo a lo que ha ocurrido y está ocurriendo estos días en Portugal. Portugal, por si hace falta recordárselo a alguien, es un país modesto, sufrido y serio. Pasó graves vicisitudes para salir de una dictadura más que dura, feroz, pero superó los peores incidentes con voluntad democrática y fidelidad europea. En poco tiempo se libró de varias guerras coloniales, entregó la soberanía a países africanos y asiáticos con los que mantiene buena amistad y su reducido territorio y sus diez millones y medio de habitantes vencieron la pobreza, recuperaron la libertad perdida y se convirtieron en un modelo de prosperidad y honradez que ejemplarizan a sus alrededores.

Hace escasos días, una sospecha que cogió mal informado al fiscal general puso en un brete al Gobierno de izquierdas sin aristas y el primer ministro, António Costa, que en los ocho años que llevaba en el poder no había sido puesto en duda por nada grave, no esperó a una sentencia judicial ni a una investigación a fondo: visitó al presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa —miembro del partido opositor (el PSD)—, le anticipó su decisión e inmediatamente se sentó ante las cámaras de la televisión y, dirigiéndose a sus conciudadanos, anunció que era inocente de todas las dudas que existían sobre su honradez, pero que un Gobierno no podía ejercer sus funciones bajo sospecha y que dimitía de manera irrevocable.

Costa también anunció que no seguiría en la política hasta que no se aclarasen las dudas existentes. El presidente, entre tanto, se apresuró a convocar elecciones anticipadas en el mes de marzo para no dilatar el vacío que se creaba. Pero las acusaciones se aclararon enseguida. Las investigaciones en torno a una incipiente negociación irregular para la explotación de los yacimientos de litio e hidrógeno que existen en el norte del territorio no ofrecen especiales sospechas y, en cualquier caso, el implicado no era el António Costa primer ministro, sino un miembro de su Gabinete cuyo nombre y primer apellido es el mismo que el de su jefe (en Portugal los apellidos suelen repetirse con mucha frecuencia). El fiscal se había columpiado, como suele decirse, y se supone que tendrá que rendir cuentas. De momento ya ha pedido perdón.

El problema es que el mal ya está hecho, la dimisión de António Costa está consumada, las elecciones legislativas convocadas y el pueblo portugués anonadado entre el escándalo y sus consecuencias. La política da alegrías, ya es sabido, proporciona cabreos, disgustos y, a menudo, también sorpresas, imprevistos y hasta milagros. Nunca hay que descartarlos, aunque no se sea creyente.

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