Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

Qué mide el tiempo para Hamás

Ruinas tras un ataque en Gaza
Ruinas tras un ataque en Gaza
ONU
Ruinas tras un ataque en Gaza

Leía recientemente una excelente reflexión sobre el tiempo y la guerra que hace Robert Leonhard en su libro Fighting by Minutes, en el que establece qué cuatro elementos analíticos del tiempo (duración, frecuencia, secuencia y oportunidad) son relevantes para explicar los conflictos. Esos cuatro elementos son valorados de distinta forma según quien sea el contendiente y el objetivo que persigue.

Además, hay que tener en cuenta que la percepción de las consecuencias de lo actuado es completamente distinta según sea la audiencia de la información que las describe. Así, por ejemplo, la inmensa mayoría de los 1.500 millones de musulmanes que pueblan la tierra estarán predispuestos a la condena sin paliativos de la invasión de Gaza y pedirán el fin del conflicto, las sanciones a Israel y, si ello fuera posible, el fin del estado que denominan "sionista".

Por su parte, el apoyo de los escasos países afines a la causa de Israel y que inicialmente sostuvieron la legitimidad de su reacción en defensa propia, fácilmente irá decayendo a medida que el tiempo transcurra -la duración aumente- y el continuo impacto de imágenes sobre la reacción desproporcionada a la criminal agresión del 7 de octubre les acabe afectando negativamente. La duración es la clave: debe ser la necesaria para conseguir un porcentaje satisfactorio de los objetivos que se persiguen, y la prudente para no deteriorar la percepción de legitimidad de la causa que se defiende. Esto es válido para Israel, pero para Hamás, que es un movimiento terrorista y utiliza el terror para conseguir objetivos políticos, no sirve.

Hamás sabía perfectamente lo que quería conseguir al iniciar este conflicto y sabía, sin que le importase lo más mínimo, el precio que iba a pagar en destrucción y vidas de militantes e inocentes

Hamás no piensa lo mismo y no tiene el mismo horizonte temporal ni los mismos condicionantes. Para Hamás cada plano que se transmite reflejando la desproporción de la reacción israelí y que impacte en su audiencia objetivo -el islam- y en su audiencia secundaria, el "occidente" susceptible de ser conmovido, es un logro. Hamás sabía perfectamente lo que quería conseguir al iniciar este conflicto y sabía, sin que le importase lo más mínimo, el precio que iba a pagar en destrucción y vidas de militantes e inocentes. Pero el terror pelea guerras que la civilización no entiende, basta con mirar experiencias pasadas y ver lo que de verdad persigue el fanatismo -véase el Daesh- para darse cuenta de que el precio a pagar es un factor secundario.

Pensando en la frecuencia de las acciones, un ejército regular está sujeto a un plan de operaciones que contempla sucesivas pausas, unas para recomponerse, otras para reorientar esfuerzos, y otras que responden, como en este caso, a requerimientos externos -pausas humanitarias- que permitan aliviar, siquiera parcialmente, la presión internacional. Lo importante para quien domina la información es no perder la "tracción", no desaparecer de la pantalla ni ser sustituido por cualquier otro suceso; para el que fustiga al adversario, es no permitirle que se recomponga, que redespliegue o que se reabastezca. Es seguir presionándole para que parezca que el esfuerzo es continuo y que no hay esperanza ni alivio.

La secuencia tiene que ver con el encadenamiento programado de sucesos con la finalidad de lograr la acción resolutiva en el momento culminante, de tal forma que el desenlace favorable sea inevitable. Esta se juega en Gaza sobre el terreno, sobre los gazatíes y sus mentes, sobre los israelíes y las suyas, y sobre la comunidad internacional. Los envíos de ayuda humanitaria, la liberación de rehenes, las reuniones de la Liga Árabe, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la OUA… En definitiva, la secuencia pretende parametrizar hasta cuándo pueden unos sostener la actuación de una apisonadora bélica eficaz y decidida en contra de la opinión pública internacional, y los otros soportar una destrucción sistemática, aun sabiéndose responsables de lo que acontece, pero justificándose con el logro de una finalidad superior.

Y, por último, la oportunidad. En realidad, la oportunidad lo es todo; lo más eficaz si es inoportuno, es inconveniente. La oportunidad es terreno de estadistas que intuyen qué hacer, cuándo hacerlo y con cuanta determinación hay que aplicarlo. En la guerra, la oportunidad es la diferencia entre la derrota y el éxito, entre el fin y el medio. Sin oportunidad, únicamente existe sacrificio baldío, desgaste y postración. Hay que hacer lo que hay que hacer, efectivamente, pero lo más importante es hacerlo cuando el resultado sea el deseado. Y una pregunta: ¿la pérdida de cuántas vidas supone un éxito oportuno y razonable?

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