Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

El pesado del bigote en noviembre

-Me he dejado bigote para cambiar el mundo. Amadme.
-Me he dejado bigote para cambiar el mundo. Amadme.
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-Me he dejado bigote para cambiar el mundo. Amadme.

Nos gustan las costumbres, las rutinas, las repeticiones. Nos encanta vincular fechas a acciones y repetirlas sin parar, sin pensar mucho, porque toca. Rara vez nos preguntamos el porqué de muchas de las cosas que hacemos y terminamos siendo una caricatura bienintencionada de nosotros mismos. Empieza noviembre y es el turno de los apóstoles de la idea de dejarse bigote por una buena causa y de dar la chapa con constancia en las redes sociales.

Cuando en estos días se me llenan las redes sociales de bigotudos bienintencionados me pregunto cuál es el auténtico resorte que les mueve a dejarse un mostacho casi siempre ridículo, a fotografiarse y compartirlo. Dudo entre la intención solidaria, el apoyo sincero y noble a la causa que hay detrás y la vanidad más básica junto a la necesidad de validación que sugieren las redes. “Me he dejado bigote. Decidme cosas, llamadme solidario, decidme que me queda bien”. Quizá sea una mezcla de ambos factores en proporciones diferentes según la personalidad del sujeto. ¿O será más vanidad?

Me pregunto cuál es el auténtico resorte que les mueve a dejarse un mostacho casi siempre ridículo, a fotografiarse y compartirlo

Algún día tendremos que profundizar en esa curiosa creencia que nuestra sociedad tiene en el hecho de que si hacemos algo llamativo podemos cambiar o mejorar otro asunto que no tiene nada que ver. Dar la vuelta al mundo para luchar contra la ELA, disfrazarse de chirimoya contra las enfermedades raras o dejarse bigote para luchar contra las enfermedades propias de los hombres son acciones que tienen, sin duda, intenciones buenas, pero la relación causa efecto está difuminada hasta un límite que roza lo absurdo.

La palabra “visibilizar” se nos ha ido de las manos y, además, parece un conjuro ante el que no se admite réplica. Llevar bigote para visibilizar las enfermedades de las partes nobles de otros no parece el mejor de los argumentos. El origen de la idea está en Australia en el año 2003 y, si se bucea un poco en la página web de todo el movimiento, se puede encontrar una empresa bien organizada con presupuestos y colaboradores multinacionales de primer nivel.

Los organizadores explican que la causa incluye programas revolucionarios para el cáncer de próstata, el cáncer de testículos, la salud mental y la prevención del suicidio. Es realmente interesante, pero empieza a ser demasiado para un asunto de marketing. En las memorias anuales del movimiento Movember estos programas revolucionarios se concretan poco, aunque las cantidades económicas recaudadas no son pequeñas. Poner el debate sobre la mesa está bien, pero requiere profundidad, seriedad y dejarlo en manos de expertos.

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