Lucía Casanueva Socia fundadora de PROA Comunicación
OPINIÓN

La desinformación

  • En un escenario con más medios que nunca, las 'fake news' dificultan conocer la verdad, lo que hace más necesarios que nunca a los periodistas y a los editores como garantes de la información contrastada
  • Las mismas ‘fake news’
La noticia alcanzó bastantes visitas.
Gráfico sobre fake news.
NoName_13 via Pixabay / Joshgmit via Pixabay / Montaje: 20Bits
La noticia alcanzó bastantes visitas.

He escrito sobre este tema en distintas ocasiones y sigo haciéndolo porque me ocupa profesionalmente y me preocupa como ciudadana. La UE ha puesto en marcha estrategias para luchar contra la desinformación y garantizar la defensa de la democracia en Europa y en el mundo. La plataforma de vídeo YouTube ha creado su propio centro de noticias para combatir el impacto de las fake news con una sección exclusiva para visibilizar el contenido de agencias y medios de comunicación de prestigio.

Vivimos un contrasentido. Tenemos más medios para saber y más dificultades para conocer la verdad. Vivimos un momento de gran inestabilidad geopolítica frente a un tsunami de intereses que encubren la realidad.

Estamos aturdidos porque el exceso de información nos marea, las mentiras navegan gratis y sin aparentes consecuencias; el relato se antepone a los hechos, los gobiernos prevarican sin coste y los periodistas traicionan sus principios. En mis años de universidad se nos enseñaba que "informar, formar y entretener son las tres funciones básicas que se atribuyen a los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas". Con este panorama, los ciudadanos nos volvemos cada vez más desconfiados y las democracias se debilitan.

Podemos almacenar titulares, registrar datos, recoger declaraciones y amontonar información inútil. Nos hemos hecho esclavos de un sistema en el que se multiplican las mentiras y el relativismo ha paralizado nuestra libertad de expresión y nuestro espíritu crítico.

La desinformación nos deshumaniza, nos polariza y nos envilece. Nos atrinchera en el sofá, cada vez más aislados de un mundo al que nosotros mismos podemos contribuir a redimir sin el permiso de nadie. Tengo la sensación de que ya no importa la verdad, sino la impresión. Importa cada vez menos la sostenibilidad de una reputación y cada vez más salir con argucia de un hoyo porque el público se olvidará de las cosas que se dijeron hace 24 horas. Las hemerotecas han caído en desuso.

Vivimos en la sociedad de la eficacia y nos conformamos con calmantes de veracidad. El prejuicio de la desconfianza ha saturado el oído del receptor. ¿Dónde está el periodismo?

¿Qué está pasando en la guerra entre Israel y Hamás? ¿Qué está pasando en Ucrania? ¿Por qué los gobiernos que mienten no pagan sus atropellos? ¿Por qué la Comisión Europea ha anunciado una investigación a X —antes Twitter— por los contenidos que en ella aparecen de la guerra de Gaza? ¿Por qué los poderes públicos son más opacos mientras se ponen la medalla de la transparencia? ¿Cuántas fake news tolera un organismo decente? ¿Quién recompone este mundo narrado en noticias breves, fragmentadas, desordenadas, adolescentes e inanes? ¿Dónde está el periodismo?

El periodismo está, pero está enfermo. Solo el colirio de unos ciudadanos críticos puede reactivar los anticuerpos necesarios para resucitar los brazos dormidos de una profesión esencial que se ha convertido en prescindible para las audiencias más jóvenes.

Este clima de desinformación reflota la necesidad de una ética ciudadana maduramente contestataria. Aunque solo sea porque la desinformación pisotea el artículo 20 de nuestra Carta Magna: "[Se reconocen y protegen los derechos] A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión".

¿Cuántos titulares entre interrogantes seguiremos viendo en los periódicos? ¿Hasta qué punto es democrático que los gabinetes de prensa de las instituciones públicas digan "tenemos problemas de agenda" cuando, en realidad, están diciendo que prefieren no dar la cara ante los medios que todavía no se contentan con el comunicado oficial?

Recordemos lo que dijo John Le Carré: "Hasta que no tengamos una mejor relación entre el comportamiento privado y la verdad pública (caso Watergate) nosotros, al igual que el público, tenemos derecho a continuar sospechando, incluso despectivamente, del secreto y la desinformación, que son un resumen de nuestras noticias".

Así las cosas, esta incertidumbre y este mar de interrogantes no son un escenario perpetuo. Esta coyuntura está a punto de explotar y por este motivo son más necesarios que nunca los periodistas frente a los influencers; los medios de comunicación independientes y la figura de los editores como garantes de la difusión de información contrastada.

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