La contracrónica de la Cumbre

Granada, las primeras veces y cómo salvar al soldado Zelenski

Europa Press
Foto de familia de la cumbre de la Comunidad Política Europea.
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Caminar por el Paseo de los Tristes cuando empieza a anochecer y la Alhambra se queda por encima de tus pasos, como vigilándote, es una de las estampas quizás más bonitas que da España. Granada se ha convertido en una ciudad de primeras veces también para la política europea, como si una parte de la historia se reiniciara desde el mirador de San Agustín y con versos de Lorca. Firma nazarí llevaron hitos históricos estos días: la primera visita de Volodimir Zelenski a España desde el inicio de la guerra, la primera cumbre de la Comunidad Política Europea que acoge el país, la primera visita en 15 años de un presidente kosovar y casi la primera vez que Europa entiende, de verdad, que tiene un papel que jugar en el mundo.

"Si algo demuestran estas cumbres es el peso específico de España" en el mapa actual, dijo el presidente en funciones, Pedro Sánchez, a su llegada al Palacio de Congresos de Granada. No se le fue la sonrisa de la cara al líder socialista, quizá porque el foco ya no está en la amnistía y sí en el puesto que ocupa España en el partido que ahora se juega; y Sánchez quiere ensanchar el campo. Está a favor de que la UE trabaje para ampliarse y ya habla de un bloque que pase de 27 Estados miembros a un total de 35; por complicado que sea. Granada se ha empeñado en ser sede de muchas cosas.

El sol hizo justicia a lo que buscaban los presentes en la cumbre: alumbrar el futuro de un continente demasiado acostumbrado al poder blando y que ha aprendido, tras un mensaje rotundo por parte de Rusia, que el mundo ya no está para contemplaciones. Coincidieron todos en eso, igual que en el marco incomparable elegido por España para ser anfitriona de otro acontecimiento calificado como histórico. Y van unos cuantos ya en muy pocos años.

Hubo una definición muy clara: "Granada es hoy la capital de Europa y la capital de la paz. Europa es un proyecto de paz", sostuvo un convencido Pedro Sánchez. Y quizás por eso Zelenski llamó a "salvar la unidad" del continente en torno a su causa. El presidente del Gobierno en funciones, mientras, sonreía, saludaba, abrazaba a propios (como Scholz o Macron) y extraños (como una Meloni de la que le separa un abismo ideológico). Pero esta vez, aunque no fuera en el Nuevo Los Cármenes, el partido lo jugaban todos en el mismo equipo. Bien lo supo por ejemplo el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, que aguantó estoicamente una larga charla del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.

La batuta la llevó Pedro Sánchez cada vez que pudo, y puso a Granada como punto encuentro de distintas culturas. "Granada nos habla de eso: de convivencia", aseveró, sin dejar pasar la oportunidad de hablar de Federico García Lorca. El resto miraba con atención. "Hace 87 años, la voz de Lorca fue cruelmente silenciada cuando aún le quedaba una larga vida por delante. No llegó a ver en vida la Europa unida y en paz. Su obra, fue un canto de esperanza contra la violencia. Hoy, 4.000 km separan Granada y Kyiv. Y, sin embargo, también hasta aquí llegaron cientos de refugiados que huían de las bombas en Ucrania", sostuvo.

Y es que todo el mundo quiso abrazar y apoyar a Zelenski. "Todos nos vemos reflejados en él", dijo el propio Sánchez, que le tenía a su lado en el plenario. De eso iba un poco el encuentro: salvar la unidad, la causa ucraniana, al soldado Zelenski que, insiste, libra una guerra que no va de él o de Ucrania, sino de Europa entera. De Granada no sale un aprobado o un suspenso, pero sí los deberes que tienen que hacer los países si quiere optar a la matrícula de honor de la geopolítica. El camino será largo, pero por algo hay que empezar.

Todos alucinaron con la Alhambra

Entrada la tarde se acabaron los corsés de la política y llegó el ocio -entiéndase la situación-. ¿Dónde? En la Alhambra. Un marco incomparable, sí, y los líderes europeos no necesitaron demasiada charla para que se les convenciera de tal afirmación. Entraron, caminando lentamente, atravesando el Palacio de Carlos V y fueron recibidos en el Patio de Comares por un Sánchez que, escoltado por su esposa, Begoña Gómez, parecía haberse estudiado cada rincón del enclave. Algunos, como el primer ministro finlandés, Petteri Orpo, quisieron hacerse un selfie con el presidente del Gobierno, quizá como agradecimiento por el free tour.

Borrell, por su parte, no necesitó extras. Sacó el móvil rápidamente e inmortalizó en cuestión de segundos todo lo que iba viendo en su paseo, como quien mira algo nuevo por primera vez. Comentaba la jugada con quien se cruzaba en su camino después de llegar a la Alhambra, además, del brazo de la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola. Unidad, sintonía... y por qué no decirlo, también diversión. Y mucha solemnidad, como la que se vivió con la llegada primero de los reyes Felipe VI y Letizia, que fueron, a su vez, una especie de maestros de ceremonia para Volodimir Zelenski.

Si de una película se hubiera tratado, él se habría convertido en el protagonista absoluto; los planos, además, casi perfectos, el lugar, inmejorable y los extras, medio centenar de líderes europeos que lo que quieren es evitar que la invasión de Ucrania pueda convertirse en una saga de conflictos firmada por Putin. Europa pasa al poder duro, pero sin olvidar que el poder blando son muchas cosas, por ejemplo, un menú de dos estrellas Michelín o una foto de familia en la Alhambra, o un paseo con los Reyes por los jardines. Quién no recuerda a Boris Johnson alucinando en el Prado cuando se celebró la cumbre de la OTAN.

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