Durante la promoción de su última serie Úrsula Corberó se ha detenido a describir de forma bastante gráfica y muy graciosa cómo ha sido el rodaje de las escenas eróticas, con toda la crudeza, falta de intimidad e incluso molestias físicas que conllevan este tipo de secuencias. No resulta nada nuevo: abundan las anécdotas de las imágenes más tórridas de la historia del cine, algunas de ellas francamente humillantes, sobre todo para las actrices. Los nuevos tiempos han conllevado mayor respeto e incluso la presencia de un coordinador de intimidad que vela por que el aspecto estético buscado en la escena no traspase determinados límites.

Una de las actrices más hermosas, mejor pagadas y conocidas de España habla sin tapujos de lo complicado que supone exponerse de esa manera, pero hay expertos de bar y redes sociales que restan importancia a qué han podido sentir las niñas cuyos rostros han servido para un montaje pornográfico con IA. Ha ocurrido en Almendralejo, un lugar al que estoy vinculada culturalmente, pero podría ocurrir en cualquier otro sitio. Ocurrirá en cualquier otro sitio, porque la tecnología lo permite y la educación no lo evita.

La Agencia de Protección de Datos abre una investigación sobre las fotos de desnudos de menores de Almendralejo creadas con IA

Los menores que han cometido este delito consideran, como tanta otra gente, que un cuerpo, un rostro femenino, no importa su edad o su identidad, resulta intercambiable: una pieza, un complemento. La exposición a la pornografía, imagen tras imagen, cada una más agresiva o explícita que la anterior, se ha convertido en un problema infravalorado que continuará creciendo porque la creencia de que existe una dignidad, un derecho a uso de la imagen de cada persona, se exponga esta o no, ni siquiera se ha implantado. Ni actrices ni cantantes ni colegialas anónimas escapan a ello: porque ese cuerpo, esos cuerpos, parecen estar ahí para ser usados y consumidos. Así se lo han enseñado a quienes los miran, así actuarán.