Así fue el accidente del vuelo 571: la tragedia aérea en Los Andes, que inspiró la película '¡Viven!', y ahora 'La Sociedad de la nieve'

Europa Press
'La sociedad de la nieve', película dirigida por Juan Antonio Bayona y rodada en Sierra Nevada, está nominada al Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa.
EP

Nunca antes el infierno estuvo tan cerca del cielo como cuando, el 13 de octubre de 1972, se produjo el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, en el que viajaban 40 pasajeros: 19 jugadores del equipo de rugby Old Christians Club y sus amigos y familiares. Cuando les rescataron habían pasado 72 días, y para los dieciséis supervivientes, la vida nunca volvería a ser la misma. 

Las nubes que taparon los Andes: una puerta al infierno

Era viernes 13. Los jóvenes estaban eufóricos, porque para muchos, ese era, probablemente, uno de sus primeros vuelos en avión, "iba en la cabina del piloto, sacando fotos a esa impresionante cordillera, toda blanca, estaba sumamente nevada. Había sido de los años de más nevadas en Chile. Y de repente se ve venir un frente de tormenta hacia donde se dirigía el avión", cuenta uno de los supervivientes en el documental Náufrago de los Andes. 

En efecto, aquellas nubes concentradas fueron la puerta al infierno para el Fairchild FH-227D, el avión de cuatro años de antigüedad pilotado por Julio César Ferradas, de la Fuerza Aérea, y Dante Héctor Lagurara, teniente coronel, que para cuando pudieron darse cuenta de lo sucedido, ya estaban perdidos: confundidos por las nubes, habían virado hacía lo que pensaron que eran las inmediaciones de Curicó (Chile), para aterrizar en Santiago, y que en realidad fue la cordillera de los Andes, contra la que se estrellaron. 

Frío extremo, una avalancha y canibalismo 

De la tragedia, nació la mayor de las corduras. No hubo otra, había que sobrevivir. Por eso, a pesar de haberlo perdido todo, y de que muchos de ellos tenían fracturas y trozos de metal clavados en el cuerpo, los jóvenes supervivientes se organizaron y crearon una comunidad solidaria para ayudarse entre todos. "La primera norma, que nunca fue escrita, pero no se podía romper, era que estaba prohibido quejarse. Al que se quejaba no le hablabas, no le dabas agua, no le dabas comer, no le masajeabas los pies… Todos estábamos fríos, todos teníamos hambre, todos teníamos miedo, todos esperábamos a nuestra madre".

Restos del avión que se se estrelló en los Andes en 1972, en el lugar del accidente.
Restos del avión que se se estrelló en los Andes en 1972, en el lugar del accidente.
WIKIPEDIA/Wunabbis

Para protegerse del frío y de la ceguera de la nieve, los jóvenes tuvieron que usar su ingenio: usaron el equipaje, los asientos y nieve para construir un refugio en los restos del avión, e idearon una manera de obtener agua derritiendo la nieve. Además, usando los parasoles de la cabina del piloto, construyeron unas gafas de sol para protegerse de la luz blanca y usaron los cojines de los asientos como raquetas de nieve.  

Lo de la alimentación fue más complejo. La poca comida que tenían, la racionaron, e incluso sacaron comida de donde no la había: elaboraron un 'té de tabaco' con cigarrillos y "Abrimos los cojines de los asientos con la esperanza de encontrar paja, pero solo encontramos espuma de tapicería no comestible", contaba Nando Parrado, uno de los supervivientes, en su libro de memorias, Milagro en los Andes, pero pronto, no fue suficiente. 

Superviviente tragedia Andes
Superviviente tragedia Andes
RNE

La situación no hacía más que empeorar. Diez días después del accidente, escucharon por la radio que les daban por muertos, ya no les buscaban. Y poco después, la medianoche del 29 de octubre, cuando parecía que el infierno no podía ser peor, una avalancha de nieve sacudió el avión donde dormían los supervivientes y mató a ocho de ellos.

Encerrados durante tres días en el interior del avión, con los cadáveres de sus compañeros muertos, y tras un largo debate, los supervivientes decidieron comer la carne de los cadáveres y poner sus propios cuerpos al servicio de los demás si cualquiera de ellos moría. 

Diez días de caminata para buscar ayuda

El mundo les había dado por perdidos y allí, entre las montañas, la esperanza escaseaba. Habían pasado dos meses desde el accidente y la única salida pasaba por encontrarla ellos mismos, así que el 12 de diciembre de 1972 los jóvenes supervivientes Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio José emprendieron la ruta más dura de sus vidas. 

Se prepararon para sobrevivir al frío que les esperaría -que siempre superaba sus expectativas, a pesar de estar comenzando el verano- y fabricaron sacos de dormir con el aislamiento del fuselaje del avión. 

Los supervivientes Roy Harley, Gustavo Servino, Roberto Canessa, Javier Methol y José Luis Inciarte junto al arriero Sergio Catalán (segundo por la derecha)
Los supervivientes Roy Harley, Gustavo Servino, Roberto Canessa, Javier Methol y José Luis Inciarte junto al arriero Sergio Catalán (segundo por la derecha)
EFE/IVÁN FRANCO

Vizintin regreso pronto al refugio, pero Nando y Canessa siguieron la ruta en busca de ayuda, convencidos a ratos, de que, en realidad, caminaban hacia la muerte, "Puede que estemos caminando hacia la muerte, pero preferiría caminar para encontrarme con mi muerte que esperar a que llegue a mí", le dijo Parrado le dijo a Canessa.

Tras recorrer 38 kilómetros, subir un pico de 4.650 metros y caminar durante diez días, el 20 de diciembre, alentados por las señales de presencia humana, se encontraron al otro lado del río a Sergio Catalán, un arriero chileno que les lanzó una nota con un lápiz atada a una piedra para poder comunicarse en la distancia. Gracias a él, un día después fueron rescatados los primeros supervivientes. El día antes de Navidad, terminó el rescate de los ocho restantes. En total, dieciséis hombres sobrevivieron a la peor tragedia aérea de la historia.  

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