Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

El mercadillo de la atención para el simio emocional

La atención es más valiosa que el dinero.
La atención es más valiosa que el dinero.
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La atención es más valiosa que el dinero.

La gran guerra de poder en el siglo XXI tiene como objetivo la atención del público, de cada uno de los individuos que integran las diferentes sociedades. La tecnología con sus redes de información ha logrado una atomización casi incontrolable de la figura del emisor de mensajes. Hace unos años, había dos cadenas de televisión pública y padres e hijos tenían que entenderse para ver civilizadamente el Telediario y después los dibujos animados. Eso es historia. Son tiempos de bufé libre de dopamina.

Cualquier individuo es capaz de emitir mensajes originales y únicos desde cualquier sitio y en diversos canales y formatos. En este contexto, hay que darse cuenta de que la atención del público es el bien más escaso y codiciado. Cuando, por ejemplo, haces un anuncio de ropa en las redes sociales no estás compitiendo solo con otras marcas de ropa. Para lograr la atención de tu posible cliente, compites con un universo de mensajes de lo más diverso que pelean por comerse trozos del pastel de la capacidad de atención del destinatario del anuncio.

Las fotos de los amigos, un tipo extraño que se cae al agua, un gurú del adelgazamiento, un perro que hace algo humano, alguien que te vende un curso, el de las recetas, el deportista, el gol de ayer, el político enfadado y un universo de mensajes pensados para el usuario son los competidores directos de ese anuncio de ropa del que hablamos. No cabe, en general, una gran profundidad argumental. Esto es un mercadillo y gana la mejor oferta, lo más sabroso o el que tenga un vendedor con más recursos.

Somos víctimas de emociones inducidas, aunque nos creamos analistas profundos.

En este contexto, la emoción es mucho más importante que la razón. Si nos fijamos en el debate sobre si la amnistía cabe o no cabe en la Constitución, resulta llamativo que unos y otros tienen bastante clara su postura, pero nadie, ni por asomo, nos ofrece la lectura de los artículos del texto ni entra a leerlos, analizarlos o estudiarlos. Si piensas de un modo, crees que no cabe porque no te interesa. Si piensas del otro, crees que se puede interpretar que sí porque emocionalmente te interesa. Somos víctimas de emociones inducidas, aunque nos creamos analistas profundos.

El ladrón cree que todos son de su condición y, por lo visto, el mentiroso también. Acusar al rival de mentir después de hacerlo tú sistemáticamente es otra mentira más, al fin y al cabo. ¿Qué puede salir mal? Somos simios a los que alguien tira bananas emocionales. Nos enfadamos como monas, subimos y bajamos por el árbol, nos columpiamos en un neumático, aullamos un poco y a otra cosa, mariposa. ¿Para qué pensar si podemos sentir? 

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