Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Pedro Sánchez y Fernando VII

Ilustración de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont y Yolanda Díaz
Ilustración de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont y Yolanda Díaz
Carlos Gámez
Ilustración de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont y Yolanda Díaz

Ya sabemos que la salud es lo primero para las personas, pero la dignidad tampoco se queda atrás. La dignidad que mantiene cada uno en la vida es un asunto personal y puede administrarla y responsabilizarse como quiera. Otro problema es cuando surge la indignidad colectiva y más cuando emana de actuaciones o comportamientos del poder democrático que nos afectan a todos. Igual que la salud, la dignidad también sufre pandemias, lo que resulta más preocupante.

Partiendo de esta realidad puede decirse que España atraviesa una etapa en que la dignidad nacional se ve amenaza. La visita de una vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, a Bruselas poco menos que para rendirle pleitesía,-dada la sonrisa familiar que reflejaba en las fotos- al delincuente Carles Puigdemont, que vive allí huyendo cobardemente de la Justicia después de perpetrar el referéndum ilegal, es una alerta.

El resto de la mayor parte de los españoles no merecemos el descrédito que nos toca por semejante indignidad. Y todo lo que está mal puede agravarse si se confirma que el Gobierno en pleno, con su presidente en funciones Pedro Sánchez al frente, está intentando flexibilizar el texto de la Constitución para justificar la amnistía sin comparecer ante la Justicia que le reclama, como pago anticipado en el mercadeo parlamentario para prorrogarle el mandato.

En una democracia, a la Presidencia del Gobierno se llega a través de los votos de los ciudadanos y la decisión sin subterfugios de los parlamentarios electos, pero nunca valiéndose de otros resortes que puedan violar la legalidad o incluso las sospechas en torno al nombramiento. El mercadeo en semejante trámite de votos pagados es un atentado contra la dignidad tanto de quien los compra como el que los vende.

Revisando la historia en busca de antecedentes de indignidad contra España enseguida se encuentra el ejemplo de Fernando VII, justamente apodado Rey Felón. Fernando VII que siempre cargará como el peor ejemplo de indignidad nacional. Detenido en Francia junto a su familia durante la invasión napoleónica colmó su indignidad enviándole una felicitación al emperador por el éxito de sus tropas invadiendo a España, el país que le reclamaba como heredero.

Menos mal que gran parte del pueblo al que condenó a la indignidad nacional, reaccionó patrióticamente, se rebeló contra los invasores y millares de ciudadanos salieron a las calles jugándose sus vidas -- bastantes la perdieron – hasta que limpiaron la imagen indigna que les había proporcionado el heredero de la Corona. Su recuerdo es un homenaje a la defensa de la dignidad.

Obviamente, Puigdemont no es Napoleón, pero hay ocasiones en que cualquier indignidad que los gobiernos cometan contra sus administrados en beneficio propio, el pueblo tiene justificado posicionarse contra las ambiciones y arbitrariedades de quienes trafican con ella en beneficio por ejemplo de sus ansias de poder. Nunca es tarde para evitarlo y poder disfrutar de una democracia seria e impoluta.

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