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La travesía de Sheila tras quedarse ciega con 30 años al intentar mejorar su vista: de la negación a la independencia

  • Tras 14 operaciones, ha pasado de no ver nada a ver poco más de medio metro de distancia "como una neblina".
Sheila Díaz tiene 32 años, es madrileña y en noviembre de 2021 se quedó ciega tras una operación quirúrgica. Desde entonces, ha luchado por adaptarse a gestos tan rutinarios como escoger el pantalón que combine con la camiseta o hacer café sin quemarse y trabaja como cuponera en la ONCE.
Sheila Díaz tiene 32 años, es madrileña y en noviembre de 2021 se quedó ciega tras una operación quirúrgica. Desde entonces, ha luchado por adaptarse a gestos tan rutinarios como escoger el pantalón que combine con la camiseta o hacer café sin quemarse y trabaja como cuponera en la ONCE.
Sheila Díaz tiene 32 años, es madrileña y en noviembre de 2021 se quedó ciega tras una operación quirúrgica. Desde entonces, ha luchado por adaptarse a gestos tan rutinarios como escoger el pantalón que combine con la camiseta o hacer café sin quemarse y trabaja como cuponera en la ONCE.
Sheila Díaz tiene 32 años, es madrileña, y se quedó ciega tras una operación quirúrgica.
EFE

Sheila Díaz tiene 32 años, es madrileña y en noviembre de 2021 se quedó ciega tras una operación quirúrgica. Desde entonces, ha luchado por adaptarse a gestos tan rutinarios como escoger el pantalón que combine con la camiseta o hacer café sin quemarse y trabaja como cuponera en la ONCE.

En una entrevista  en la delegación territorial de la ONCE en Madrid, donde ha recibido apoyos para encajar su nueva realidad, Sheila relata que todo empezó tras esa "pequeña cirugía" para mejorar su vista, pero tras una "mala praxis médica" acabó saliendo del quirófano ciega.

A partir de ahí, confiesa, "te cambia todo a tu alrededor y literalmente se te derrumba el cielo". Al principio lo afrontó con la negación, como si aquello que le acababa de pasar fuese mentira. Empezó a informarse junto a su familia sobre qué podían hacer en los servicios públicos para gestionar la situación lo mejor posible. "No encuentras a nadie que te diga nada ni que te ayude", lamenta Sheila.

Con el paso del tiempo, no le quedó otra que plantarle cara a la ceguera: "Por lo menos, seguía viva". Tras catorce operaciones, ha pasado de no ver nada a ver poco más de medio metro de distancia. Aunque lo percibe "como si fuese una neblina", agradece esta progresión.

Camino hacia la autonomía

Por un contacto de su hermana, la familia conoció la ONCE y a partir de ahí se empezó a "mover la maquinaria del tren". Cuenta que le hicieron una valoración visual, le indicaron qué era lo que le pasaba (y lo que no) y lo más importante para ella, los expertos de la fundación le tendieron la mano.

Las primeras personas a las que conoció fueron la trabajadora social y su psicóloga, quien tuvo un "papel importante" a la hora de estar bien consigo misma. Sin embargo, con la que más contacto y cariño ha tenido ha sido con su técnica de rehabilitación, María Jesús Bellón, Chus. "Es la que más me ha ayudado a ser yo, a poder hacer mi vida y ser independiente", afirma.

Al otro lado de la sala, Chus niega con la cabeza. "Ella nos lo atribuye todo, pero si Sheila es un caso de éxito, es tanto por su aptitud como por su actitud", apunta la profesional.

Ciertamente, la joven confirma que acudió con "muchas ganas de aprender y de empezar de nuevo" porque sabía que en la ONCE podrían ayudarla: "Conocía casos de personas ciegas que trabajaban, que hacían su vida diaria y eran totalmente autónomas e independientes".

La rehabilitadora, en una simulación con Sheila de lo que fue su primera sesión de bastón, le pregunta: "¿Qué te parece este suelo? El bastón nos dice qué textura tiene, pero también el material (del que está hecho) por cómo suena".

Lo que más cuesta al principio es ir recto, el arco del bastón, la coordinación, no tropezar 

Aprender a utilizar el resto de los sentidos es fundamental, explica Chus; por eso, se empieza en un entorno habilitado con diferentes tipos de suelos (parqué y adoquines diversos de la ciudad) y se enseña a subir y bajar escaleras. "Lo que más cuesta al principio es ir recto, el arco del bastón, la coordinación, no tropezar con él", cuenta.

Sin embargo, el mayor miedo de Sheila era salir a la calle sola. "Siempre salía con gente, para poder agarrarme a ellos como un koala y no soltarme", recuerda, hasta que un día decidió dar el paso e ir con su perro a un parque cerca de su casa. "Fui allí y me senté en un banco, tomando el sol tan tranquila", cuenta entre risas.

Respecto a su vida cotidiana, la joven ya es independiente y trabaja como vendedora de cupones. "Volver a trabajar, el trato con la gente, salir de casa y tener algo que hacer aporta mucho y me encanta", explica. Además, quiere irse a vivir con su pareja este año. Lo único que necesita, eso sí, es que todo esté perfectamente ordenado en la casa "y si se cambia algo de sitio, que avisen".

"¡cuidado, cuidado!", pero ¿con qué?

Uno de los problemas que describe respecto a cómo actúan los ciudadanos cuando ven caminar a una persona con discapacidad visual es que presuponen que solamente por ir con un bastón blanco necesitas ayuda.

Lo único que Sheila les pide es que, en situaciones en las que corran riesgo, como cuando hay una alcantarilla abierta, no gritarles: "La gente grita, '¡Cuidado, cuidado!', y la primera reacción es asustarte y pensar: 'Pero cuidado, ¿con qué?'".

Propone que en vez de gritar, las personas se acerquen y les toquen ligeramente el brazo o adviertan con un tono de voz normal de lo que tienen enfrente y les ofrezcan ayuda para bordearlo. "Muchas veces, simplemente con un aviso, ya nos sabemos mover con bastante soltura por la calle", asegura. 

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