Los podcast nos han cambiado. No sólo a los espectadores que hemos encontrado lugares casi hechos a medida de nuestras motivaciones, inquietudes o, directamente, esperanzas, también en la manera de relacionarnos con los medios de comunicación a los que ya no sólo acudimos encendiendo un canal de televisión, sintonizando una emisora de radio o clicando en una portada de confianza. Ahora, nos chocamos con la oferta mediática mientras navegamos por el caudal de las redes.
Una mutación en el modelo de consumo que se ha consolidado con la manera en la que se visibilizan los podcasts. Los más famosos demandan imagen. Con el audio no basta. El usuario de las redes se quede enganchado a la pantalla a través de la imagen, ya sea de su tablet, ordenador o, sobre todo, móvil.
Ahí surge un giro de paradigma que ya estudian las facultades de Comunicación. Estamos adictos a la anécdota. El titular que engancha ha dado paso a la batallita efectista 'retuiteable' en todas las redes. Muchos afirmarán ser fanes de programas que incluso ni siquiera han visto enteros jamás, pero de los que se encuentran constantemente sus anécdotas en vídeos de TikTok, Instagram o Twitter.
Las nuevas generaciones empiezan a pensar que el periodismo es lograr el chascarrillo más aplaudido. Cada semana debe existir una historieta mejor, del invitado, del conversador o del propio presentador. Aunque, cuidado, pues la necesidad de superarse en cada capítulo puede hacer saltar por los aires los límites entre la verdad y la invención. Gajes de intentar conseguir siempre historias llamativas que no decepcionen nunca. Esto ya pasaba con las folclóricas de antaño, que reiventaban sus vida para hacerlas más singurales y eran los periodistas los que debían rebajarlas a la realidad para que al espectador no le dieran mortadela por jamón serrano.
Pero, hoy, en cambio, estamos asumiendo que la exageración sólo hay que comprarla porque nos estretiene. Hasta cuando compromete a otras personas. Y los podcast, en su virtud de convertir una charla de colegas en un programa, delatan también como en nuestro tiempo necesitamos creer. Aunque reivindiquemos desde un podcast la conciencia crítica, ya no nos cuestionamos aquello que anhelamos. Porque es más pintón que la realidad con todos sus matices. Entendible en comedia, que no va pegada a la rigurosa verdad, pero peliagudo cuando este modus operandi se traspasa a un periodismo que se va transformando en un cuentacuentos.
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