Qué poca importancia le damos a los jardines. O quizá mucha más de lo que algunos alcaldes piensan. En ellos hemos logrado domesticar una naturaleza amable con la única intención de sentirla muy cerca. Poder rodearnos de sus deliciosos colores y fragancias, pero también de sus sonidos.
Son espacios cuidados donde el canto de los pájaros, de las ranas y las cigarras se mezcla con el murmullo claro de las fuentes, las risas de los niños y el ruido del viento. Sin duda es una banda sonora única. La de un paisaje que nos relaja. Pero sobre todo, que nos hace felices.
Desgraciadamente, cada vez hay más ruido en el mundo y menos jardines donde suene esa música natural tan agradable. Por culpa de la crisis climática, la contaminación y la pérdida de hábitat, el sonido de la naturaleza es más pobre, especialmente en esos parques y jardines donde hemos confinado a una naturaleza tranquila para tenerla a nuestro lado. ¡Qué maravilla el silencio del campo! ¿Verdad?
Aunque en realidad no existe. Lo llamamos silencio, pero queremos decir calma y tranquilidad. Durante miles de años nos hemos inspirado en esos sonidos tan especiales del agua, del viento, de los árboles, de los pájaros y de los insectos. Pero ahora todo es ruido molesto. Las ciudades se están volviendo cada vez más escandalosas y desagradables.
Hemos olvidado el murmullo de un manantial en el bosque. El canto del ruiseñor, de la tórtola o del mirlo y el placer que sentimos al escucharlos. Por suerte, llega el verano, volvemos a pasear por los parques y jardines, a caminar por el campo. Y disfrutar de nuevo de ese sosiego tan necesario. Reconectar con la naturaleza, relajarnos, respirar. Sentirnos muy vivos.
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