Graduarse en un instituto destruido por las bombas: "No querían dejar que sus hijos fueran a la escuela por miedo"

Borys, de 17 años, posa para un retrato en su dañada escuela de las afueras de Kiev.
Borys, de 17 años, posa para un retrato en su dañada escuela de las afueras de Kiev.
Oleksandr Khomenko/Save the Children
Borys, de 17 años, posa para un retrato en su dañada escuela de las afueras de Kiev.

Todavía quedaba más de un año, pero la emoción de vivir uno de los momentos más especiales de su etapa escolar les superaba. Los jóvenes de penúltimo curso de un instituto de las afueras de Kiev imaginaban a diario cómo sería aquel momento que se acercaba rápidamente. La graduación iba a ser el colofón a más de 11 años de estudio y daría paso al vértigo y agitación de una nueva etapa. Ninguno de ellos esperaban que la foto que adornaría el mueble de la entrada de sus casas sería así; con un fondo de paredes negras y el suelo lleno de escombros por el fuego de un bombardeo ruso

Esta es la historia de una de las 3.300 escuelas destruidas desde que las tropas rusas invadieron Ucrania. Es también la de una docena de chicos y chicas (cuyos nombres se han cambiado para protegerles) a los que la guerra les ha cambiado la vida. No así sus aspiraciones, recogidas por la ONG Save the Children en varias fotografías para un atípico anuario, donde los estudiantes narran sus esperanzas sobre los cascotes de su antiguo instituto.

El 23 de febrero de 2022 el patio del centro de secundaria fotografiado, en los alrededores de Kiev, era un continuo bullicio. Dentro del edificio, que había sido renovado, cerca de 400 alumnos esperaban impacientes en sus pupitres a que sonara el timbre para volver a casa. Como si se tratara de un día más, la puerta se abría y entre gritos y carreras se despedían hasta el día siguiente. El discurso que daría horas después el presidente ruso, Vladimir Putin, modificaría los planes.

Las noticias sobre el avance de las tropas rusas desde Bielorrusia llegaban velozmente a todas las casas ucranianas. Unos días después, varios tanques, vehículos blindados y hombres armados entraron en el pueblo. "Los residentes estaban aterrorizados. Se oían fuertes ruidos y disparos por todas partes, incluso contra algunas de las personas que intentaban escapar", cuenta la directora del instituto, Lyudmila. 

Muchas familias terminaron escapando a otras ciudades e incluso al extranjero y los estudiantes no tuvieron más remedio que terminar el curso académico de forma online. Después de varios meses de ocupación, las fuerzas rusas se retiraron y en su huida incendiaron la escuela, según explica la ONG. El director general de Save the Children, Andrés Conde, que visitó el instituto este año, reconoce a 20minutos que en ocasiones "las escuelas son buenas instalaciones para operaciones militares", por lo que "las destruyen para evitar que sean usadas como almacén o lugar de residencia de soldados". No obstante, Conde arguye que hay una razón más profunda para este "crimen de guerra": "Cuando la escuela a la que va tu hijo puede ser bombardeada, la sensación de terror que generas en la población es enorme".

Continuar ofreciendo educación ha sido una prioridad de las autoridades ucranianas y las ONG. "La pandemia demostró que la educación a distancia es posible y Ucrania estaba preparada para ello", afirma Conde. Aún así, añade que "no es lo mismo que la educación presencial", ya que "no produces el necesario efecto de socialización". "En contextos de conflicto armado lo que más normaliza la vida del niño es volver a la escuela", sostiene.

Una adolescencia entre escombros

De aquella escuela hoy solo quedan cenizas, escombros y los restos de un autobús. Los estudiantes de último curso acuden al pueblo vecino para asistir a clase y Save the Children ha convertido un edificio de la administración local en un Centro de Aprendizaje Digital. Cuando las clases se reanudaron en septiembre, muchos alumnos temían volver. "Cuando ofrecimos reanudar el aprendizaje presencial, muchos padres y madres no querían dejar que sus hijos fueran a la escuela. Tenían miedo, sobre todo los del pueblo vecino, que sufría constantes ataques. En cuanto empezaba el ataque aéreo los familiares iban en coche a recoger a sus hijos e hijas", cuenta Lyudmila.

Aunque la tradición de la escuela marcaba que al final de curso se organizaría un acto de graduación, la tutora, Oleksandra, reconoce que no tienen ganas de celebrar: "Les convencimos de que al menos hicieran la ceremonia. No les apetece nada celebrarlo, dicen: '¿Y qué? De todos modos, no hay escuela, ¿en qué nos graduamos?'. Los chicos y chicas han madurado mucho y sus valores han cambiado. Ahora se toman el futuro más en serio: qué hacer después, cómo estudiar", cuenta.

A pesar de todo lo vivido este año y medio, muchos de los graduados no desisten en continuar formándose. Nadiya, de 16 años, quiere convertirse en especialista en ciberseguridad. La primavera pasada los combates dejaron atrapada a su madre en una localidad cercana donde trabajaba y tuvo que cuidar durante dos semanas de su hermano pequeño, su hermana y su primo. 

"Estaban muy nerviosos al principio. Temblaban y ni siquiera querían comer, pero yo les obligaba. Una vez, cuando la tarde estaba tranquila y no había ruido, decidieron que todo se había acabado y empezaron a gritar y a pelearse. Abrí la puerta, me quedé fuera unos minutos, me calmé, luego volví y les dije: 'Están disparando con ametralladoras desde allí; sentíos tranquilos'. Y durante una hora después de eso se sentaron tranquilamente", cuenta con serenidad.

Nadiya [nombre ficticio], de 16 años, sueña con convertirse en especialista en ciberseguridad. La primavera pasada, los combates dejaron atrapada a su madre en un asentamiento cercano donde trabajaba. Nadiya tuvo que cuidar de su hermano pequeño, su hermana y su primo durante dos semanas.
Nadiya (nombre ficticio), de 16 años, sueña con convertirse en especialista en ciberseguridad.
Oleksandr Khomenko/Save the Children

Olena, de 17 años, tuvo que huir con su familia durante la ocupación. Aunque ya ha regresado, la guerra le ha llevado, como a muchos de sus compañeros, a plantearse profesiones que beneficien a su comunidad. "Me haré periodista porque quiero aprender más, ampliar mi visión del mundo. Quiero revelar la verdad. Desde la intensificación de los combates he perdido seis meses de mi vida (...). Cuanto más vivimos bajo la ley marcial, más ganas tengo de sacarlo todo a la luz, de averiguar dónde están la verdad y la justicia", afirma la joven, que terminó sus estudios con matrícula de honor.

Olena posa en su colegio destruido por la guerra. La ubicación exacta y el nombre de la escuela no se revelan por protección o por la seguridad de los chicos y chicas implicados.
Olena posa en su colegio destruido por la guerra. 
Oleksandr Khomenko/Save the Children

Su compañero de clase, Borys, reconoce que empezó a vivir día a día "porque no entendía qué podía pasar mañana". "Por eso me divierto, intento interesarme de alguna manera por todo a la vez, y también me apetece salir a pasear con los amigos, disfrutar del momento", dice. Borys asegura que le gustaría ser desarrollador informático y tener en un futuro un sitio web. "He intentado aprender programación y se me daba bien, me gusta. Mi mayor deseo es montar un par de empresas: un cibercafé y un gimnasio. Desde niño he soñado con tener un café con música jazz en directo. Pero por ahora sólo quiero entrar en la universidad", añade.

El futuro de todos ellos está marcado por un conflicto que no da visos de una pronta resolución. Las localidades más alejadas del frente tratan de reconstruir una normalidad que solo el ruido de los proyectiles y las sirenas antiaéreas es capaz de revertir. Mientras tanto, las generaciones que van detrás ya sueñan con su propia graduación. Solo el tiempo dirá si será bajo los escombros o no.

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