Crónica desde Montrueil, el epicentro de los disturbios en París: "La tensión ha estado aumentando en los suburbios durante años"

Bicicletas quemadas y mobiliario urbano destruido tras una nueva noche de disturbios en la localidad de Montreuil.
Bicicletas quemadas y mobiliario urbano destruido tras una nueva noche de disturbios en la localidad de Montreuil.
Bicicletas quemadas y mobiliario urbano destruido tras una nueva noche de disturbios en la localidad de Montreuil.
Bicicletas quemadas y mobiliario urbano destruido tras una nueva noche de disturbios en la localidad de Montreuil.
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Alex Ott (30 años) es parisino, nieto de españoles y vive en Montrueil, suburbio del este de París convertido en uno de los epicentros de la revuelta desatada en Francia por la ira juvenil contra la Policía tras la muerte del joven Nahel en un  control. 

Desde su casa en esta 'banlieue' (suburbio) de 110.000 habitantes, Ott ha sido testigo de cinco noches consecutivas de disturbios. La sede del Ayuntamiento, que gobierna el partido comunista, fue lo primero en ser atacado, explica. "Luego los asaltos se extendieron a comercios, bancos y edificios públicos. También a algunas tiendas de comestibles, gasolineras, estancos y supermercados. Pero, principalmente ha habido incendios de cubos de la basura y autos que arden".

Por el día la zona en la que vive Ott permanece en calma, pero después de medianoche comienzan las confrontaciones "entre alborotadores y la Policía".  Por lo que él ha visto, se produce "una confrontación desigual, ya que los policías son más, numéricamente, pero los que protestan están equipados con cohetes y fuegos artificiales".

El periódico Le Monde destaca que aquí, en Montreuil, los jóvenes radicales y antisistema se han sumado a las protestas de la comunidad de origen migrante del barrio. 

Como residente en la zona, Ott explica que la única afectación que ha notado es la dificultad de encontrar una gasolinera abierta o viajar en transporte público, cerrado a partir de las nueve de la noche. "Pero, para ser honesto, la vida no cambia. Eso sí, hay mucho ruido al caer la noche, aunque no supera a una noche de fiesta en España". 

Los vecinos de Montreuil, describe Ott, son "abiertos" de mentalidad y la comuna es históricamente de izquierdas. Por eso él considera que mayoritariamente no se sienten importunados por las revueltas juveniles y antirracistas. "Los que protestan son básicamente jóvenes de 14 a 20 años que no buscan lastimar a las personas. Los daños son materiales. No tengo a nadie a mi alrededor que se haya sentido en peligro o en el punto de mira de los disturbios", explica a 20minutos.

Cuando busca las razones por las que ha prendido la mecha de la protesta en su barrio, ubicado a 12 kilómetros de la Torre Eiffel, el joven Ott dice que "la tensión ha estado aumentando en los suburbios durante años". Sobre todo porque "la brecha entre ricos y pobres se agranda día a día y la política, desde Sarkozy, solo la amplía más". Tampoco ayuda, opina, "que la culpa de todo lo malo que pasa se dirige sistemáticamente hacia las poblaciones migrantes y particularmente hacia los musulmanes", comunidades que se sienten de continuo señaladas y vigiladas.

Natalia Serrano, madrileña de 25 años, lleva un año viviendo en el distrito 17 de París, en pleno centro, junto al Arco del Triunfo, y trabaja en una empresa constructora junto a Eurodisney. Comparte piso con amigas y dice que no se ha topado estos días con los alborotadores. Sin embargo, cada mañana ha podido ver huellas de los disturbios: "Motos y bicicletas rotas y tiradas por el suelo o coches con los maleteros abiertos". 

"Todo pasa por la noche, pero por el día todo tranquilo, no hay nada distinto de lo habitual. Lo único es que el transporte lo cierran a las nueve de la noche, para que la gente no vaya al centro a protestar y el viernes tuvimos que bajarnos en una estación de metro más alejada y caminar a casa", o que "como cierran todos los edificios públicos a las siete de la tarde la gente se va a casa antes". 

Por sus charlas de café de estos últimos días con compañeros de trabajo, Serrano opina que los parisinos no tienen miedo a los disturbios. "Creo que tienen más enfado que miedo, porque en algunas protestas se han quemado colegios o arden los coches de los vecinos". Serrano siente que, desde Madrid, su familia sí está preocupada por ella. Le recomiendan que no salga de noche y que se quede todo lo que pueda en casa. Pero ella les tranquiliza diciendo que se siente segura y "que no percibe peligro".

Serrano considera que las protestas están "en parte justificadas", aunque cree que para algunos "está sirviendo un poco excusa para liarla porque es gente muy joven, muy pequeña, con más necesidad de dar la nota que de protestar", asegura.

De esta misma opinión es David Lizón-Respaut, francoespañol que reside cerca del Bois de Bologne, en el distrito 16. Ha seguido los disturbios por las redes sociales, principalmente, y cree que ha habido cierta competición en tik tok entre la juventud por ser la "que más la lía" en su barrio. "Es una pena que además siempre queman sus propios barrios, que son los más pobres, ellos son las primeras víctimas".

Sin embargo, para el residente en Montreuil Alex Ott, el presidente francés, Emmanuel Macron se equivoca al señalar factores "muy cliché", como el efecto de los videojuegos en la juventud, a la hora de explicar la revuelta, sin prestar verdaderamente atención al contexto. Y opina que, más que la política, serán las vacaciones de verano las que frenen la protesta. De hecho, los disturbios han empezado a ir a menos. Serrano también cree que las cosas se van calmando, poco a poco.

Alborotadores y problemas sociales

El catalán Aldo Rubert, profesor de sociología política en la universidad de Lausana, Suiza, es investigador experto en movimientos de protesta en Francia. Hizo su tesis sobre los 'chalecos amarillos' y ha seguido las revueltas por la muerte de Nahel desde Lyon. Rubert distingue dos tipos de protestas en estos días, una más nocturna y de disturbios juveniles en las 'banlieu' y otras diurnas con población más heterogénea, las "marchas blancas" de la solidaridad con la familia del joven muerto.

Sobre los alborotos en suburbios como Montreuil dice que aglutinan "a un público joven que se siente más identificado con la víctima porque conoce de primera mano situaciones violentas que algunas veces terminan en muerte, pero otras se viven en forma de sospecha y controles discrecionales según la apariencia racial".

Rubert dice que las periferias urbanas, tanto de París como de Marsella o Lyon, los dispositivos de asistencia social son testimoniales y el principal contacto con el estado de sus residentes es a través de la Policía. "Esto genera una relación muy conflictual con las instituciones y se manifiesta en disturbios contra abusos y un estado que te deja atrás, que de una manera u otra te trata de manera distinta que a los blancos que habitan en el centro de la ciudad".

"Son estallidos que son muy fuertes en las primera horas, pero que se desmantelan con facilidad", describe. "Como no tienen estructuras, terminan por desvanecerse, sobre todo con esta respuesta (de interior y de justicia) tan contundente, movilizando brigadas de intervención solo vistas en casos de terrorismo, básicamente de un estado de excepción".

A Rubert le apena que, prestando atención solo a los alborotadores, se vacíe de contenido y legitimidad sus problemas sociales y políticos. "Además de condenar la violencia, y recuperar el orden, convendría no dejar de lado que hay verdaderas problemáticas que solucionar para los que se consideran tratados ciudadanos de segunda", asegura.

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