Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

La rebelión de Wagner: nada nuevo bajo el sol

  • "Para muchos de los observadores de la realidad del espacio postsoviético, este putsch militar ha podido ser una farsa cuyas últimas consecuencias habrá que esperar a que se desplieguen en su totalidad"
El jefe del grupo de mercenarios ruso Wagner, Yevgeni Prighozin, en un vídeo de protesta desde Bajmut.
El jefe del grupo de mercenarios ruso Wagner, Yevgeni Prighozin, en un vídeo de protesta desde Bajmut.
AP
El jefe del grupo de mercenarios ruso Wagner, Yevgeni Prighozin, en un vídeo de protesta desde Bajmut.

Hegel decía que todos los grandes hechos de la historia universal —y también los personajes— aparecen dos veces. Marx le complementó añadiendo que una vez como tragedia y otra como farsa. Asistimos atónitos en estas últimas 48 horas a una serie de sucesos con un potencial desestabilizador enorme y que han introducido más incertidumbre, si cabe, a la situación que se vive alrededor de la guerra de Ucrania. Un “putsch” militar, ejecutado por un conjunto de individuos bajo la denominación de grupo Wagner que, sin ser fuerzas armadas, combaten como tales y constituyen una fuerza muy importante bajo las órdenes de un individuo —Prigozhin— que no es militar y que no acepta la autoridad del ministerio de defensa de Rusia ni la del jefe de las fuerzas armadas rusas, el presidente Putin. El grupo Wagner está “orientado”, equipado y sostenido por Rusia, realiza cometidos en todo el mundo, y en Ucrania asume operaciones de mucho riesgo, en aparente coordinación —que no subordinación— con el mando militar ruso, y que le han supuesto un elevado número de bajas. Sus integrantes son exmilitares, soldados de fortuna y expresidiarios a quienes se les ha ofrecido la condonación de condena si combatían en Ucrania encuadrados en Wagner.

La conmoción que ha supuesto la toma prácticamente incruenta de Rostov del Don, la capital que acoge el mando militar sur y el cuartel general de la operación militar especial, ha sido increíble. El asombro ha ido creciendo a medida que se conocían las exigencias de Prigozhin (destitución del ministro de defensa Shoigu y del general Gerasimov) y los movimientos de avance hacia Moscú. No ha habido, al menos con la contundencia que cabría esperar, ninguna reacción de las fuerzas armadas rusas a ese avance, aunque se han reportado algunas acciones aéreas con destrucción de vehículos y el derribo por Wagner de algunos helicópteros. Repentinamente, el avance se detiene para “que no haya derramamiento de sangre rusa” y se llega a través de un mediador interpuesto —Lukashenko— a un acuerdo que supone la amnistía para Prighozin, su exilio a Bielorrusia, y la incorporación de los miembros de Wagner a las fuerzas armadas rusas siendo encuadrados en unidades de combate en Ucrania.

Hasta aquí los hechos, ahora procede un primer análisis de consecuencias. La primera es que la única voz que se había atrevido a cuestionar las decisiones del Kremlin sobre la guerra de Ucrania y había acusado de ineptitud y traición a ministros y generales, ha desaparecido de escena. En este sentido, la autoridad de Putin, en un primer momento, queda incontestada. La segunda es que el grupo Wagner, que había resultado ser en algunos aspectos un “verso suelto” en el plan de operaciones de la guerra de Ucrania, (ha ido por su cuenta en unas cuantas ocasiones) ha quedado encuadrado en unidades de las fuerzas armadas bajo mando militar. La tercera es que, en lugar de tener que reconstruir un espacio informativo incendiado para explicar por qué a quienes se llamaba héroes ayer se les llama traidores hoy y se ordena su aniquilación, se extiende una capa de silencio informativo a la espera de reforzar una nueva línea de desarrollo que resalte la deseada unidad de esfuerzo entre unos y otros, que calme a la ciudadanía y ayude a superar la evidente debilidad que supone tener que hacer frente a una amenaza interna (una rebelión armada) en medio de un conflicto externo. Y la cuarta y última, es el indisimulado alivio, aunque me temo que temporal, que ha supuesto en las cancillerías occidentales la no alteración del statu quo en Rusia, al continuar en el poder un autócrata cruel y conocido que es capaz de contener la posibilidad de un cambio violento en las estructuras de poder. Ya se sabe, cuidado con lo que pides no vaya a ser que se te conceda.

Para muchos observadores de la realidad del espacio postsoviético, este putsch militar ha podido ser una farsa cuyas últimas consecuencias habrá que esperar a que se desplieguen en su totalidad

Entre el 19 y el 21 de agosto de 1991 hubo un intento de golpe de estado en la Unión Soviética en el que el KGB y la línea dura del ejército consideraron que las reformas de Gorbachov (transparencia y modernización) habían ido demasiado lejos y había que revertir el proceso. Durante tres días Gorbachov estuvo secuestrado en su dacha de Crimea y Moscú estuvo militarmente cercada. El golpe acabó fracasando por falta de apoyo militar y por el decidido apoyo de la población en la línea de los cambios prometidos. Paradójicamente, ese fracasado golpe lo que hizo fue acelerar la desaparición de la Unión Soviética al comprobarse la carencia de solidez del PCUS que se suponía era la columna vertebral del país. Para Putin, como sabemos, la caída de la Unión Soviética fue la peor tragedia del siglo XX. Para muchos de los observadores de la realidad del espacio postsoviético, este putsch militar ha podido ser una farsa cuyas últimas consecuencias habrá que esperar a que se desplieguen en su totalidad.

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