OPINIÓN

Las izquierdas que se quedan por el camino

Pablo Iglesias, Alexis Tsipras y Jean Luc Melenchon.
Pablo Iglesias, Alexis Tsipras y Jean Luc Melenchon.
Carlos Gámez
Pablo Iglesias, Alexis Tsipras y Jean Luc Melenchon.

Mantenía Pablo Iglesias en una de sus vidas anteriores, allá por 2017, que la izquierda en Europa tenía tres nombres propios: Alexis Tsipras en Grecia, Jean-Luc Mélenchon en Francia y el suyo en España. Desde la fundación del primer Podemos en la resaca de la 'Gran Recesión', mirarse en otros partidos europeos ha sido frecuente para la izquierda española en la construcción de un espacio propio, condenada a la eterna búsqueda de su identidad bajo la sombra de 140 años de historia consolidada del PSOE.

El primero de esos referentes, Syriza, irrumpía en 2004 en la escena griega y en 2012 superaba al socialdemócrata Pasok para convertirse en segunda fuerza. Tres años más tarde, la coalición ganaba las elecciones y su dirigente Alexis Tsipras se convertía en primer ministro. Hoy es líder de la oposición al Gobierno conservador de Mitsotakis, aunque en las elecciones del mes pasado perdió un tercio de sus apoyos. Es un buen ejemplo de cómo una coalición de distintos actores en la izquierda puede pasar de resultados marginales a una posición dominante en el panorama político y volver a desinflarse con igual facilidad. Por su parte, el Pasok (partido hermano del PSOE) nunca recuperó su hegemonía, aunque sube en votos.

En Francia, la historia se repite. Tras la presidencia de François Hollande, el Partido Socialista perdió más de seis millones de votos en las elecciones de 2017. En unos años pasó de ganarlas a obtener un minúsculo 1,75% de apoyo ciudadano para su candidata al Elíseo. Y es que, al mismo tiempo que el socialismo se hundía, surgía La Francia Insumisa rozando el 20%, liderada por Jean-Luc Mélenchon. En las últimas elecciones legislativas, la izquierda francesa concurrió junta por primera vez en una amplia coalición que aglutinaba los esfuerzos de insumisos, socialistas, comunistas y ecologistas bajo las siglas Nupes. La coalición, convertida en segunda fuerza, crece pero no gobierna: logró su objetivo de unir el espacio, aunque no logró alcanzar una mayoría parlamentaria suficiente para detener reformas como la subida de la edad de jubilación que impulsa el presidente Macron.

Pablo Iglesias soñaba en 2016 con hacer el mismo viaje en España que sus compañeros en Europa, pero el sorpasso nunca llegó. Todo lo conseguido parece esfumarse. El pasado sábado se confirmaba que tras ocho años de gobiernos progresistas, los populares volverán a presidir el pleno municipal valenciano y Cádiz se teñirá de azul, uniéndose al resto de las capitales de Andalucía; comunidad que hace no tanto era bastión de la izquierda. A su vez, Barcelona volverá a manos del PSC, que recupera su joya de la corona municipal después de 12 años. Las tres "ciudades del cambio" que quedaban siguen así a Madrid, Zaragoza, Coruña, Ferrol y Santiago de Compostela en el retorno a la idiosincrasia política previa a 2015. Fin de ciclo.

Perdido el poder territorial y caídos todos sus símbolos, el espacio de la izquierda se asoma al abismo sin los deberes hechos, con repentina prisa tras meses dormida. Yolanda Díaz tiene la tarea imposible de rescatar una ilusión que cada vez queda más lejos para su proyecto, que se desangra entre vetos y patadas por puestos de salida. Lo dramático de los resultados de mayo y la proximidad de la convocatoria electoral elimina toda posibilidad de campaña en positivo para dar paso a la trinchera y el barro, y la estrategia del PSOE pasa por buscar la concentración del voto progresista en su papeleta. Quizás se miran en el espejo portugués, buscando el éxito que obtuvo António Costa distanciándose de los socios minoritarios de su coalición de gobierno y le dio la mayoría absoluta. "Somos la izquierda", decía el lema del 39. ° Congreso Federal socialista, como si se les hubiera olvidado.

En ese viaje de la izquierda en búsqueda de su identidad se queda ahora en el arcén Irene Montero, reunida con muchos otros de los que construyeron el primer Podemos. Mientras, el PCE e ICV resurgen de sus cenizas para suplir las filas de un Movimiento Sumar que ya no se mira en Tsipras y Mélenchon, sino que busca abrir otro camino y defender que la batalla por reeditar el Gobierno de coalición no está perdida, aunque cada vez queden menos fichas en el tablero y ninguno de aquellos nombres propios se oiga ya.

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