César G. Antón: "Hay una edad en la que asimilas que empiezas la cara B de la cinta"

El periodista César G. Antón.
El periodista César G. Antón.
Elisa Piñol
El periodista César G. Antón.

Las historias de viajes en el tiempo a menudo tienen teatrales puestas en escena, donde esos saltos adelante y atrás ocurren con puertas mágicas, complicados conjuros o tecnologías fascinantes. A Víctor Piñol, el protagonista de 83 segundos (Minotauro Laberinto), no le pasa eso. Sus viajes son... distintos. El periodista César G. Antón (Madrid, 1976) firma esta novela que le da una vuelta de tuerca a los viajes en el tiempo y que nos lleva a los felices años 2000. 

Director de los Informativos de La Sexta desde sus inicios, junto a su equipo ha creado programas como Al Rojo Vivo, Más Vale Tarde, La Sexta Columna o Xplica, entre otros muchos. Así, su visión de la actualidad y de las noticias del pasado hacen que 83 segundos sea una novela escrupulosamente bien documentada y coherente. 

¿En sus propias palabras, qué es 83 segundos, qué es esta novela de viajes en el tiempo?Es un divertimento, es una cosa para emocionarse, para entretenerse, para pasar intriga, para tener nostalgia... es un poco una excusa, un juego. Es una novela de entretenimiento que engancha y que juega con elementos como la intriga y los saltos temporales, intentando hacer una pequeña reflexión, sin moralizar, más para entender que para dar moralinas.

¿Qué juego es ese?El de una pasión que todos hemos tenido. De niños siempre tenemos tres obsesiones: volar, ser invisibles o viajar en el tiempo. Son las tres obsesiones infantiles, que es cuando realmente somos gente sensata, corriente y con sentido de la vida, que es cuando somos niños. En este niño que soy yo, que ha ido creciendo, siempre ha estado esa idea en la cabeza de cómo construir una trama en torno a esa obsesión del viaje en el tiempo, que al final es una excusa para hacer un viaje a la nostalgia, un viaje de recuerdo a mi generación o para los que somos más o menos de mi generación, esa gente que está un poco perdida entre los boomers y los millennials, para toda esa gente que creció sin internet y sin móvil en su adolescencia y que luego ya pasó a vivir en ese mundo tecnológico.

¿Y a dónde viaja el protagonista?Es un viaje como a dos momentos felices. Es el año 2000 cuando todavía no había pasado lo de las Torres Gemelas, ni Lehman Brothers y empezaba el nuevo siglo y parecía que no iba a ser maravilloso. Y, por otro lado, a adolescencia de los 80 en los barrios duros del sur, en los que había mucha ilusión, pero también mucha heroína y muchas problemáticas, en una España que estaba despertando.

Esa generación de la que habla y a la que pertenece ha vivido el mayor cambio de la historia de la humanidad, el paso de lo analógico a lo digital…Sí, la verdad es que eso en la novela es solo un escenario, no es el tema principal, porque al final el tema es una historia de amor, de segundas oportunidades y de acción también, en cierto sentido. Pero es verdad que sí que me gustaba ese escenario, poner el foco en ese punto de ese año 2000 que es que realmente hace muy poco y que estando tan cerca está muy lejos. Veintidós años se supone que son la nada y sin embargo lo condicionan todo, desde cómo se viajaba, cómo se paseaba por la calle, cómo vivías con la cabeza mucho más levantada por la ausencia del teléfono móvil… y mola verlo desde los detalles pequeños, como los textos de los SMS escritos con abreviaturas.

Madrid es el escenario…Y los bares de Madrid, porque es una ciudad muy callejera y esta es una novela muy callejera, muy de Madrid, muy de bares y de locales, de restaurantes, de negocios centenarios, de lugares de marcha cuando todavía no estaba la ciudad gentrificada y no todo eran Starbucks. Con sitios que visitábamos hace mucho, desde el Bar Iberia hasta hasta la cafetería del Brillante, tal como eran entonces.

¿Sabes qué te haces mayor cuando empiezas a pensar que el mundo ha cambiado mucho?Es que esta es una novela de una persona que se está haciendo mayor (risas) Hay un punto cruzas cierta edad… yo esta novela ha he escrito con 46 palos y ha salido un poco también de la pandemia. Cerraron los bares y me salió una novela (risas). A esta edad tienes la sensación de estar un proceso como de asimilación, de que empiezas la cara B de la cinta. Hay un momento en el que das la vuelta a la cinta y la cambias, pero luego te acostumbras y te das cuenta que te queda un montón de cara y ya te pones a ser feliz, pero ese momento de girarla implica un momento reflexivo y la novela tiene un poco de eso. En el fondo lo que hay es una huida a cuando teníamos 30 y nos poníamos el mundo por montera, como si fuera un momento de máxima libertad, de ilusión.

¿Es complicado hilar el asunto de las paradojas temporales?En una historia de saltos en el tiempo partes de una premisa aparentemente imposible, pero a partir de la cual todo lo que hagas y pase tiene que ser coherente. No puedes equivocarte en tu planteamiento. Me he leído si no todas, casi todas las novelas de viajes en el tiempo, y prácticamente todas y cada una tienen una paradoja, una construcción. Lo más importante cuando escribes una novela así es que el lector apasionado por este género tiene que encontrarle una coherencia. Incluso la oscarizada peli de Todo a la vez en todas partes, que está llena de saltos en el tiempo, tiene que encontrar una lógica en esos saltos, aunque sea en el caos de saltos que plantea.

Es fácil meter la pata, ¿no?En esta novela me he esforzado mucho en no cometer lo que sería la cagada Terminator, que además de alguna manera se refleja en la novela. En Terminator [atención, spoiler] hay un planteamiento de saltos en el tiempo que es totalmente erróneo, con esa historia de que el compañero del padre viaja a salvarle y luego resulta que él es padre. No tiene sentido, hay un error en el bucle. Yo me he esforzado porque todo cuadre, que todo funcione como un reloj, que tenga sentido.

¿Por qué 83 segundos y no otra cifra?El lector no para de preguntarse durante toda la novela ¿qué haría yo? Y como se pregunta eso es muy importante que visualice la mecánica del juego y que ésta funcione. Y los 83 segundos tienen una razón, pero te la tienes que leer para saberlo.

¿Qué tienen los viajes en el tiempo que tanto nos fascinan?Si te pones a pensar en la cantidad de producción que hay audiovisual y literaria sobre saltos en el tiempo, es impresionante, es un género en sí mismo y no deja de funcionar y además en todos los ejes, desde un Atrapado en el tiempo con Bill Murray a Midnight in Paris, de Woody Allen, pasando por 12 Monos o Tenet, mira que son dispares estas películas. En la literatura igual, tienes desde Isaac Asimov y el maestro Wells hasta novelas como las de Elísabet Benavent.

La clave es que conecta con ese deseo de la infancia, cuando jugabas a ser invisible, cuando hablabas con tu colega del cole y le preguntabas qué poder querría tener y siempre había alguien que decía viajar en el tiempo o poder pararlo.

En el libro hay una cosa que es chula, que es que el protagonista no tiene una puerta del tiempo, ni un conjuro, es muy arbitrario lo que le sucede y él está investigando qué le pasa y para investigarlo va leyendo novelas de saltos en el tiempo.

¿Lo de querer viajar en el tiempo no tiene nada que ver con la frustración de no poder cambiar lo que ya ha pasado?La novela tiene un punto de moraleja respecto a eso, en el sentido de que puedes viajar a tu pasado, puedes conocerlo mejor, puedes descubrir cosas que no conocías, aprender, pero cambiarlo es muy complicado. Hay un punto en el que tienes que acabar asumiendo lo que has hecho tiene un sentido y que cambiarlo no es tan fácil, que cuando pasan las cosas han pasado por algo. La novela termina con una mirada importante al futuro, pero para saber cuál es hay comprárselo y leerlo.

¿César G. Antón iría al futuro o al pasado en caso de poder hacer solo un viaje?Buena pregunta… Si puedo ir y volver, claramente iría al futuro. Si es solo de ida, iría al pasado.  

¿Cómo ha elegido los nombres de los personajes, por qué Víctor Piñol?Bueno, pues esto es un clásico: Víctor es el nombre de mi hijo, así que es un pequeño homenaje a mi enano y Piñol es el apellido de mi suegro, que falleció y queríamos homenajearle. Me gustaba mucho la sonoridad. Al final los nombres tienen que tener un calor, una cierta cacofonía y Víctor. Piñol tenía eso. Como es un personaje un poco solitario, un poco huraño, el sonido del nombre le iba bien.

En el libro, se recogen hechos y noticias ¿son hechos del pasado que le marcaron a usted y por eso los saca a relucir?Una de las cosas con las que yo más me he divertido haciendo esta historia, porque al final soy periodista de televisión, tengo cierta querencia por la realidad y quería que todo fuera perfectamente real. Todo lo que pasa, todos los escenarios, todas las noticias que se cuentan y que van pasando, están ajustadas al milímetro. Ya sea desde el incendio del Joy Eslava aquel día de 1999, cuando salen los protagonistas fuera de la discoteca después de que se incendie y pasan mucho frío. Es porque ese día hacía 3 grados en Madrid. Todas las noticias han pasado, hasta el detalle más pequeño.

ETA aparece mucho en el libro…Cuando estuve haciendo toda la documentación para ambientar ese verano del año 2000 me di cuenta de que se me había olvidado ya la brutalidad de ETA ese año, que fue un verano realmente sangriento. Cuando te pones a repasar las portadas piensas que hace solo 23 años era una barbaridad la cantidad de atentados que había y eso tenía que influir en el personaje. Hay mucha presencia de eso en la novela porque era lo que ocurría entonces. Da hasta un poco de apuro cuando te documentas y recuerdas lo que era ese año 2000 y ver cómo hablamos hoy de ETA, cómo se plantea ETA como un tema de campaña electoral y diciendo chorradas.

El protagonista es periodista, ¿es más fácil escribir de lo que se sabe, tiene un punto biográfico la novela?Claro, siempre que escribes, aunque estés hablando de un malvado dragón de siete cabezas, pondrás algo tuyo dentro del dragón. Cuando te pones a escribir usas referentes y elementos tanto internos, como externos e intentas acercarte a más a los escenarios más verosímiles. En eso, lo que conoces y lo que eres, te ayuda un montón. Estoy convencido que hay mucho de mí, pero no solo en el protagonista, sino en otros personajes y de lo que pasa en su entorno. Para mí hacer un periodista de una televisión nacional de televisión, pues me imagino que es igual de fácil que para alguien que tenga una mercería, hacer una planteamiento de lo que sería el trabajo en una mercería. Es mi mundo, pero con la nostalgia de hace 20 años.

¿Resistiría la tentación de cambiar algo en el pasado?Me han hecho mucho esa pregunta y es cojonudo porque no sé responder. En la novela hay un paradigma que es que si cambias cosas del pasado de alguna forma el destino que castiga. Para saber más hay que leer la novela y saber las consecuencias que puede tener cambiar el pasado.

Ha creado usted muchos programas de televisión, ¿cuál habría querido hacer suyo si fuera al pasado?Me encantaría inventar desde Informe Semanal a El Hormiguero, o el Un, dos, tres… No sé, muchísimos programas. Me imagino creando muchas cosas, lo que pasa es que sería un poco trampa, sería robarle la idea a alguien.

¿Habría que recuperar algún programa para la televisión?El mundo de la tele y de lo audiovisual está en un momento de evolución total. Lo curioso es que igual que esta novela es una novela de viaje nostálgico, la tele está en un proceso de nostalgia, recuperando un montón de cosas. Las grandes marcas como Netflix o Amazon o Disney pelean con uñas y dientes por los derechos de las series y programas que veíamos antes, desde poder tener el catálogo de Friends a poder recuperar formatos antiguos. Vemos a Mediaset planteándose a hacer el concurso de ¡Allá Tú! o Atresmedia con Los hombres de Paco o Upa Dance. Estamos en plena en plena batalla por los debates electorales y estamos todos tratando de recuperar el debate cara a cara, como fue el típico debate de Aznar y Felipe.

¿La política no tira de ese volver al pasado? Hay partidos que se aferran mucho a las glorias del pasado...La nostalgia es uno de los elementos que mejor funciona para generar una emoción. Estamos cada vez más en unas sociedades más emocionales y menos racionales y en consecuencia más polarizadas. Y en ese escenario hay que buscar con qué herramientas llegas a esa emoción. Y de las emociones más potentes que existen aparte del amor, de la envidia o del odio, es la nostalgia. Tendemos a idealizar el pasado, hay un punto de fascinación con lo que era el pasado.

¿Se le ocurre algún ejemplo?Escuchamos a gente hablar ahora sobre que antes había más libertad, por ejemplo, cuando antes había mujeres que no se podían separar, que dependían de sus maridos y había una sociedad machista o con un montón de gente en el armario que no podía salir. El pasado tiene una gran capacidad de limpiarse y de aparecer ante nosotros como algo supersano y bello y hermoso y crea una emoción muy poderosa.

¿En el mundo del periodismo el pasado también fue mejor? ¿La gente se fía ahora menos de esta profesión?Esta pregunta da para una entrevista entera (risas). Ahora mismo lo que ha cambiado más allá de los medios, o sea lo que haya podido cambiar en el trabajo de los periodistas o en el canal, lo que lo que realmente ha cambiado es la sociedad, y lo ha hecho por la tecnología.

Ha cambiado el paradigma de cómo nos comunicamos y el algoritmo de las redes sociales y el consumo de la información. Eso ha generado distorsiones muy importantes, que además deberíamos aprender a corregir porque si no, vamos a tener problemas. No es que antes se hiciera mejor o hubiera mejor periodismo, antes se hacían cosas verdaderamente deleznables, igual que se hacen ahora y se hacían cosas maravillosas, igual que ahora se hacen cosas maravillosas. Lo que ha cambiado es dónde echamos la semilla y cómo echamos la semilla. La forma de consumir información se ha reventado. Cómo se comparte la información, quién emite la información, quién elige qué es lo que te otorga tu información. La batalla por la atención y por capturar la atención ha modificado el terreno y con consecuencias difíciles de prever y de medir. Algunas consecuencias las vemos en Trump, en Bolsonaro, en el Brexit, en Salvini... todo eso tiene mucho que ver con esto que estamos hablando.

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