Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Masterchef y la agresividad asociada al triunfo

Samantha Vallejo-Nágera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, jurado de 'MasterChef'.
Samantha Vallejo-Nágera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, jurado de 'MasterChef'.
RTVE
Samantha Vallejo-Nágera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, jurado de 'MasterChef'.

La agresividad se asocia al éxito en televisión. La polémica vende, dicen. El problema es cuando en la vida real también se vincula al triunfo. Incluso se justifica como única manera para sobrevivir. O que se lo pregunten a Jordi Cruz que entendió como debilidad la fortaleza de un concursante de Masterchef, David: "Tú tienes la maldición de sentir demasiado, yo tengo la contraria que es la de sentir poco. Mi papá no era cariñoso, y yo no aprendí a serlo. A ti te pasa lo contrario, eso es muy bonito, pero te puede destruir porque las pasas canutas. Si lo trabajas y lo logras dominar, podrás luchar contra eso. Vas a ser más resistente en la batalla". 

En la tele, en los mítines, en las empresas, en la calle... estamos rodeados de una terminología belicista que predica "batallas", "valentías" y "héroes". Hasta "glorifica" la frialdad con las personas que te encuentras a tu alrededor como una "arma" para ir superando etapas y "conquistando" logros. De nuevo, el lenguaje de película épica. Como si no hubiera otra posibilidad para sumar expectativas que actuar con desafecto, como recalca Cruz. Sobre todo si eres hombre, claro. Los chicos no lloran, ya cantaba Miguel Bosé. 

Jordi Cruz viene a pedir a David que cambie o le irá peor, que se haga más inhumano o perderá. Y tal argumentación se realiza ante una audiencia que, en gran parte, la ve lógica porque los sentimientos y la vulnerabilidad han ido vinculados tradicionalmente al castigo de ser flojo. Cuando todos somos flojos. Todos somos vulnerables.

El concursante de Masterchef aguantó la perolata. Pero, al terminar de escuchar, David, astuto David, acabó pidiendo un abrazo a Jordi Cruz. Desmontaba, así, el absurdo de la tensión televisiva con una empatía que es todavía más telegénica. Consecuencias de saber manejar las emociones: relativizó el discurso con la inteligencia de los sentimientos que disciernen lo relevante de lo accesorio. Y lo que diga Jordi Cruz es show, es accesorio. 

"Para qué me lo voy a quedar dentro. Si tengo que llorar y sacarlo, es que lo saco. Es lo que me ha enseñado la terapia", razonó David más tarde, convirtiendo la soflama de Cruz en una lata de conserva caducada. La sociedad ya es de otra forma, y MasterChef cuando va más allá del conflicto sobreactuado brilla mejor: porque es más real y menos histérico. Sentir demasiado jamás será una maldición. Tampoco es algo bonito, entonado con tonito condescendiente. Esta terminología es habitual en realities para azuzar el juego, pero poco útil para la vida: un obstáculo para brotar raíces con uno mismo y, también, para el trabajo en equipo. Y la vida es trabajo en equipo.

Pero tradicionalmente se nos ha repetido que hay que ser gélidos para demostrar una "entereza" que no sirve para nada. Una "integridad" mal comprendida, que siempre ha despertado más la agresividad de la angustia que la tranquilidad de aquello que debería ser el éxito. Las conductas tóxicas se pueden y deberían dar la vuelta. Aunque Jordi Cruz insinúe lo contrario. 

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