Su equipo prepara la idea antes del mitin. El presidente utiliza una fórmula parecida a esta: “en este próximo consejo de ministros -a veces dice también ‘y de ministras’-, el próximo martes, vamos a aprobar…”. Es un estribillo que Sánchez tiene muy bien aprendido y que suele ser uno de los instantes más emotivos de su intervención. En el momento preciso del anuncio, cuando el líder termina de hacer la promesa, la gente se pone en pie, víctima de un misterioso efecto contagio y aplaude con la emoción de una misa góspel.
Vamos a traducir la frase con la que Sánchez introduce la promesa electoral en diferentes sentidos. Sin ánimo de querer ser la María Moliner del presidente, parece adecuado hacer este ejercicio para entender qué está pasando aquí y motivar una reflexión sobre, al menos, tres aspectos importantes de lo que implica tener un presidente que recorre España haciendo promesa -lo hemos dicho ya- como si fuera la Tómbola Antojitos.
Esta sería la primera traducción: el próximo martes me reuniré testimonialmente con los ministros y a todos les parecerá bien esto que os estoy contando ahora. Ellos no tienen ni idea, pero les da lo mismo porque aquí no pintan nada. Se ocupan de sus cosas y me dicen a todo que sí por la cuenta que les trae. No hay nadie con carisma ni con arrestos para oponerse. Tampoco los de Podemos.
El próximo martes me reuniré testimonialmente con los ministros y a todos les parecerá bien esto que os estoy contando ahora. Ellos no tienen ni idea, pero les da lo mismo porque aquí no pintan nada.
Segunda traducción: utilizaremos la figura legislativa del decreto-ley que aparece tipificado en la Constitución Española en el artículo 86. Meteremos esto junto a otras medidas en un mismo decreto como si fuera un paquete de Amazon con varios pedidos distintos y no le va a importar a nadie porque son cuatro colgados los que miran el BOE. La Constitución dice que debe haber extraordinaria y urgente necesidad y esto, desde mi punto de vista, es necesario.
Tercera traducción: para estas medidas que prometo en mítines a mis correligionarios y pelotas, utilizaré el dinero público de todos los españoles porque para algo soy el presidente. No querrán ustedes que pague las promesas de mi bolsillo o con dinero de mi partido, con lo pobretones que somos. Soy presidente ahora y me gasto el dinero de todos para que mi partido gane municipios y comunidades autónomas. ¿Qué se creían? Esto es la democracia. Nos ha costado mucho llegar a tener estos derechos.
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