La Corona británica abrirá un nuevo capítulo este sábado con la coronación del rey Carlos III del Reino Unido. El monarca asumirá el trono de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, así como la jefatura de Estado y soberanía de las naciones de la Commonwealth. Un puesto para el que esperó 70 años y un deber que sus descendientes cumplirán después de él. 

Para definir la línea de sucesión de la Corona británica, hay que remitirse al Acta de Unión de 1800. Esa norma establece que los herederos al trono británico deben ser descendientes de Sofía del Palatinado de Hannover, quedando excluidos aquellos que hayan sido alguna vez católicos o hayan nacido fuera del matrimonio. A esto hay que sumar una reforma del año 2011 que eliminó la prevalencia del varón sobre la mujer, vigente hasta entonces (de no haber estado vigente, la princesa Ana sería hoy Reina de Inglaterra).

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La línea de sucesión no siempre se cumple, y se pueden producir saltos en la misma. El ejemplo más cercano en este caso es el de la propia Isabel II. La madre de Carlos III no estaba destinada a heredar la Corona del Reino Unido, puesto que era su tío, Eduardo VIII, el heredero legítimo del trono. Eduardo VIII fue rey de Inglaterra entre enero y diciembre de 1936, fecha en la que abdicó en su hermano Jorge VI, el padre de Isabel II y abuelo de Carlos III. 

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La Corona británica es heredada, por lo tanto, por los descendientes de Carlos III, empezando por sus hijos Guillermo y Enrique y los descendientes de estos.

Tras los hijos de Carlos III y sus descendientes, los siguientes en la línea de sucesión son los hermanos del rey Carlos III y sus descendientes: el príncipe Andrés y sus descendientes, seguidos del Príncipe Eduardo y sus descendientes, y la Princesa Ana y sus descendientes.

La línea de sucesión desciende tras ellos en una larga lista que recorre los descendientes de la reina Isabel II e incluso llega hasta los familiares del rey Jorge VI, pasando por diferentes ducados y condados de la aristocracia británica.