Abril, que ya no trae aguas mil ni saca la espiga a relucir, sigue siendo el mes del libro, en el que se conmemora (la literatura enlaza, una tras otra, una constante exaltación de aniversarios lúgubres) que Cervantes y Shakespeare murieran el mismo y distinto 23 de abril de 1616. Un mes que ya no encaja en los refranes que repetía a boca llena Sancho Panza, sin embargo, se vuelca en recordar a su autor y a los personajes que han convertido las horas muertas y las cabezas inquietas de los lectores en un territorio iluminado, sembrado de letras e historias.

En los últimos años ha quedado atrás la presencia pasiva del autor, que servía como reclamo de la librería y firmaba los libros que le requerían. Sigue vertebrando las ferias, y sobre todo el Sant Jordi de Barcelona. Algo, no me malinterpreten, que es muy del gusto de infinidad de lectores, sencillo, accesible y ya clásico, y que es para muchos el único contacto directo que pueden mantener con su autor predilecto; necesario, lo sabemos, para la perdurabilidad de librerías y editoriales; pero que en contra presenta un innegable aire mercantilista, la prisa, lo mecánico de ese contacto.

Cataluña se prepara para un Sant Jordi de récord: aumentan las paradas, los metros para pasear y las firmas de autores

El modelo de celebración del libro se ha ampliado, y propone ahora, en paralelo a las firmas, conferencias, encuentros, charlas, espacios para niños y para subgéneros –siempre tan maltratados–, incorporar cómics e ilustración y visibilizar a los siempre silenciados traductores. Así será este año, en el que en muy pocos días coinciden la Noche de los Libros en Madrid, con una importante apuesta por espacios y propuestas dispares, la Feria del Libro de Valencia o el Sant Jordi chico que se está implantando en Elche, por mencionar solo tres. Escaso era un día para tantas páginas: qué alegría que sean tan diferentes, y de manera tan distintas, las que se lean en este abril seco, en el que habrá que buscar la lluvia en las historias y la imaginación.