El diagnóstico de autismo de mi hijo, hace catorce años, fue casi inasumible, inabarcable, y orientó nuestra proa a un futuro repleto de incertidumbres; a una ristra interminable de preguntas sin respuesta y otra en paralelo de sentimientos encontrados.
No obstante, el diagnóstico también fue liberador; lo fue por la confirmación de temores soterrados; la obligación de reconducirse, de reconstruirse, de aprender y trabajar, todo ello por amor, por responsabilidad, porque es lo que hay que hacer.
Catorce años, tiempo suficiente para aprender a vivir con el autismo, que no para el autismo. Tiempo de sobra para ver a mi hijo cuando le miro, y no lo que el autismo ha hecho del niño imaginario que soñé y jamás existió. Tiempo bastante para entender que la vida nunca deja de ser incertidumbre y retos y lo importante es sacar provecho del trayecto.
El dragón azul del autismo. Una bestia aterradora, inesperada, capaz de arrasar con todo a su paso. No es raro que nuestra primera opción sea batallarla, resistirnos, odiarla y temerla, tenerla siempre presente. Pero creedme, no conduce a ningún buen puerto. Es preferible aprender a cabalgarlo. No caer en los giros bruscos y disfrutar de ese vuelo de destino ignoto.
Esta mañana ese dragón me ha llevado a dar un largo paseo con mi hijo, por senderos bordeados de primavera, en paz conmigo misma y con el mundo, contagiada de sus sonrisas. Esa es la verdadera felicidad y el autismo no tiene nada que ver con ella.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios