La vida de Isabel Pantoja no cabe en una sola copla. A sus sesenta y seis años, cincuenta de ellos en los escenarios, la tonadillera sabe lo que es empezar desde abajo, llegar a lo más alto y desde allí descender a los infiernos, todo ello ampliamente reflejado en páginas y páginas de revistas del corazón y horas y horas de programas televisivos.
Recuperada de sus últimos lutos, el fallecimiento de su hermano y la muerte de su madre, a la que siempre ha estado muy unida, finalmente puso fin a su voluntario encierro tras los muros de su finca y se decidió de nuevo a hacer las Américas.
Once años hacía que no actuaba por aquellas tierras, pero el público no la había olvidado y el éxito la ha acompañado. Ahora regresa con ganas de hablar de su trabajo, que no de su vida y menos de sus problemas familiares.
Isabel podría aclarar si quisiera algunas de las cuestiones que públicamente se han aireado en los últimos tiempos y que han sido una continua fuente de disgustos para ella: las desavenencias con sus hijos y la venta de Cantora que parecía cosa hecha y no acaba de resolverse, pero no entra en estos temas. Si confiesa que lo está pasando mal pero no hay otra que seguir y en eso está.
Una Pantoja renacida, luciendo vaporosa envoltura fucsia, se asoma a los kioscos desde la portada de Hola donde adelanta lo contenta que está porque la han invitado al Baile de la Rosa en Mónaco
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