OPINIÓN

Vaivenes electorales

Pedro Sánchez, en una imagen de archivo.
Pedro Sánchez, en una imagen de archivo.
Europa Press
Pedro Sánchez, en una imagen de archivo.

Cuando Zapatero era secretario general del PSOE, un grupo de periodistas leoneses apostó durante una cena de Navidad en el Parador de San Marcos, no ya si ganaba o perdía las elecciones que iban a celebrarse tres meses después –se daba por hecho que no resultaría vencedor–, sino si dimitiría después de los comicios. Contra todo pronóstico, Zapatero se impuso a Rajoy, ganó los comicios y gobernó ocho años. Han pasado dos décadas de aquello y la situación aún es más incierta. Se acercan nubarrones con un desenlace incierto.

Cuando Casado pasó a mejor vida, la euforia en el PP fue in crescendo hasta convencerse de que aquello iba a ser un paseo militar. Un año después la realidad se impone y en el PP ya no se da la batalla por ganada. Todo ello pese a la ley del ‘solo sí es sí’, Tito Berni y demás familia, asuntos con los que estaremos a vueltas hasta los comicios. Sánchez ha demostrado que puede resurgir de sus cenizas –pregúntenle a Susana Díaz si la ven– y además parece que se le avecinan vientos de cola con la próxima presidencia de España en la UE, que Sánchez ya está preparando, ayudada por una incomprensible moción de censura, que nadie entiende y pocos comparten.

Sin embargo, las andanzas de Tito y sobrino, aderezadas con una quincena de diputados socialistas por el medio, amenaza con días de titulares con la corrupción como telón de fondo. Llegados a este punto, dos cosas son seguras: una, que de aquí a las elecciones puede pasar de todo –hasta el rabo todo es toro, que dirían los taurinos–, y dos, que la corrupción no entiende de siglas, sino de caraduras aferrados a sus cargos con el único afán de velar por su propio bien. Veremos en qué queda...

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