Helena Resano Periodista
OPINIÓN

El despropósito de revisarlo todo

Sí, Freddie Highmore también ha trabajado con Tim Burton y Johnny Depp. ¡Fue el protagonista de 'Charlie y la fábrica de chocolate'!
Fotograma de 'Charlie y la fábrica de chocolate'
WARNER BROS
Sí, Freddie Highmore también ha trabajado con Tim Burton y Johnny Depp. ¡Fue el protagonista de 'Charlie y la fábrica de chocolate'!

No podemos entendernos sin los libros que hemos leído, sin los textos que nos han acompañado durante nuestra infancia, sin las historias que nos hicieron soñar con mundos extraños, con personajes fantásticos que nos llevaban a otras partes, a otras ciudades, a otras épocas. Mundos inventados por un autor o autora que quería contarnos una historia diferente. Que imaginó esa historia en un contexto muy concreto, muy preciso y que, sin ese contexto, su obra no sería la misma.

No, no seríamos los mismos sin toda esa lectura que nos ha acompañado y por eso resulta complicado entender que una editorial como Penguin decida revisar los textos de Roald Dahl para corregir lo que, ahora, se considera políticamente incorrecto. Hace 40 o 50 años no había ni la corrección ni la sensibilidad que podemos tener ahora por cómo se podía sentir un niño si lo llamabas gordo, o feo, alto o más bajo. No, no la había. Llamabas gordo sin piedad a un niño que lo era. Y en parte de la historia que cuenta Roald Dahl en Charlie y la fábrica de chocolate, la inocencia de ese niño quedaba reflejada frente a la "maldad" de quien le llamaba así. Nadie se cuestionaba tampoco que la protagonista de una historia solo leyera libros escritos por hombres porque durante años las escritoras se contaban con los dedos de una mano y, las poquitas que había, apenas tenían una proyección pública. No, nadie lo echaba de menos, nadie se escandalizaba porque Matilda no leyera a escritoras.

El revisionismo cultural empieza a ser un auténtico disparate. Porque si empezamos por los libros infantiles de uno de los autores más leídos, seguiremos por las de los hermanos Grimm y pasaremos a todas las películas de nuestra infancia, a las de Disney y a los dibujos animados que veíamos –Candy Candy, por Dios, una historia de amor para niñas de 10 años, pero ¡qué escándalo!–

Escuchaba el otro día a Agustín Alcalá, corresponsal de Onda Cero en Estados Unidos, que esto, lo de revisar y retocar los libros y el lenguaje de los libros infantiles, también se explica por la época electoral en la que estamos metidos. Suena a un despropósito impensable pero detrás hay una lógica: el año que viene hay elecciones en Estados Unidos. Biden se juega su reelección y aquí también están en juego los votos de quienes no quieren verse como verdugos de nadie, ni de los latinos ni de los negros ni de los migrantes árabes. Dejemos de contar partes de la historia que nos dejan en muy mal lugar y obviemos los detalles insignificantes, esos que hacían diferente y especial todo lo que pasó. Especial por lo inaudito, por lo brutal, o especial, en el caso de Dahl por la forma de crear un mundo mágico con sus historias. Charlie dejará de tener ese toque perverso, pícaro, cuando deje de llamarle gordo al protagonista y le llame enorme. Será mucho más correcto, sí, pero mucho menos divertido.

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