Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La fama televisiva ya no es como nos insistieron que era

Orestes, en 'Pasapalabra'.
Orestes, en 'Pasapalabra'.
20minutos | ATRESMEDIA
Orestes, en 'Pasapalabra'.

Una de las críticas clásicas a la televisión tradicional es que idolatra referentes sin valores. No sirve de nada estudiar una carrera. Ni prepararse en un estudio de actores. Tampoco forjarse en la radio. Una parte de la sociedad sufre la percepción de que sólo hace falta enrollarse con alguien o corromper algo para ser fichado con bombo y platillos. O participar en algo así como Mujeres y hombres y viceversa. O desnudarte en una isla.... O simplemente tener buena percha, aunque no sepas ni hablar. Total, enseguida van a considerar que eres lo suficientemente VIP como para que te fichen en un reality. Mejor si gritas mucho. Aunque no tengas nada que decir, que suele ir de la mano del alarido.

Pero ni siquiera los referentes sin valores ya necesitan a la televisión tradicional para ser idolatrados. Encuentran su público a través de las redes sociales, mientras que de los medios de comunicación tradicionales el espectador espera historias más elaboradas. Cómo hemos cambiado... Porque es falso que la televisión sólo premie a mercenarios sin talento y sin deontología que, a menudo, llevaban al público a hacer la pregunta de "¿pero quién es ese y por qué le están entrevistando durante horas?".

Hace tiempo que la gran fama televisiva real volvió al ingenio por encima de la labia para criticar. Hoy por hoy, la verdadera popularidad de la televisión se centra en la perseverancia, el esfuerzo y el aprendizaje. En referentes a los que admirar porque aportan, demuestran habilidades y animan desde el honesto juego del conocimiento.

Orestes y Rafa representan la verdadera popularidad de la televisión actual. Su duelo en el rosco es lo más visto a diario. Las revistas del corazón seguirán fijándose en polemistas de postín y herederos con pedigrí, pero la audiencia más transversal empatiza con los concursantes de Pasapalabra, las estrellas más importantes del universo mediático que habitamos. Son los únicos que juntan a una imponente parte de la sociedad a la misma hora frente al televisor, sin importar diferencia de estratos sociales y prejuicios mentales.

Porque, como narraba Oscar Wilde en La importancia de llamarse Ernesto, nadie prestará demasiada atención a un buen pianista que da calidez a un acto social a través de la música. Sin embargo, si toca mal, todo el mundo se callará y atenderá. "Si la música es buena la gente no escucha, pero si la música es mala la gente no habla". En cierto sentido, la televisión nos acompaña como ese pianista que toca de fondo. Y nos paramos más en el molesto ruido que en sus sugerentes notas.

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