Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Timos contemporáneos: calidad de vida y tiempo de calidad

Un grupo familiar disfruta del tiempo de calidad con mucha calidad de vida.
Un grupo familiar disfruta del tiempo de calidad con mucha calidad de vida.
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Un grupo familiar disfruta del tiempo de calidad con mucha calidad de vida.

Sigue resonando como un eco infinito la expresión “tiempo de calidad” en redes, artículos, programas y libros. Antes se utilizaba exclusivamente para la educación y ahora parece que sirve también para las relaciones de pareja. Buscad tiempo a solas, poned incienso, encended una vela y ese tipo de argumentos que ya todos conocemos. La idea no es mala en sí misma, pero nos habla de un mundo que paga un precio alto por la vida, siente culpa y necesita excusas.

“Como casi no tengo tiempo para los míos, tengo que ser especialmente intenso cuando estoy con ellos”. De este modo, el idiota consciente se convierte en un ser dogmático y exigente que aparece una hora al día por casa y exige lo que no da. Ha subcontratado la educación de sus hijos y no se siente bien. Las subcontratas van haciendo su labor: ponen deberes, entrenamientos, recitales, campeonatos y el contratante, que paga por la cantidad, parece querer convencer al mundo de que lo importante es la calidad.

Nos hemos obsesionado con la idea de calidad de vida, que es un concepto aburrido, burgués y nada solidario.

Nos hemos obsesionado con la idea de calidad de vida, que es un concepto aburrido, burgués y nada solidario. La calidad de vida nos lleva a la estabulación, entramos y salimos del corral como ovejas sumisas y nos matamos para mantener o mejorar lo que ya tenemos. Los verbos ser, estar y tener se confunden, como si significaran lo mismo y el resultado es una locura. La expresión “conciliación” aparece como un conjuro mágico, como una meta rarísima a la que aspiran los privilegiados o los locos.

Los hijos necesitan tiempo en general. Tiempo para no hacer nada, para aburrirse, para las maquinetas y para los juegos de mesa. Para los padres, en muchas ocasiones, estar es ser. Si la madre o el padre están en casa, el hijo se siente seguro. Si tiene un problema con los deberes, por ejemplo, pedirá ayuda de vez en cuando. Pero si no hay nadie a quien acudir, la distancia se irá agravando.

El momento de las comidas es una oportunidad interesante para que la pretendida calidad aparezca con naturalidad, sin forzar nada. Conviene no tener distracciones y dejar que la conversación surja. Puede funcionar, quizá, echar algo de leña al fuego y esperar. Surgirá la magia tan propia de nuestra forma de ser, algo sencillo y casi necesario que lleva sucediendo durante toda la historia de la humanidad cuando algunos individuos se sientan junto al fuego o en una mesa a compartir el alimento. Tiempo de obviedad.

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