Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'Escándalo': la perversa moralidad de censurar una serie antes de verla

Imagen de 'Escándalo' de Telecinco
Imagen de 'Escándalo' de Telecinco
Mediaset
Imagen de 'Escándalo' de Telecinco

La nueva serie de Telecinco ni siquiera se ha estrenado (llega este miércoles a su prime time) y ya se está sentenciando en las redes sociales. Se llama 'Escándalo, relato de una obsesión' y trata sobre la relación entre Inés, de 42 años, y Hugo, de 15 años. Rápidamente, han saltado las alarmas en las redes sociales. Nadie ha visto la ficción, pero algunos ya hablan de blanquear la pederastia desde una cadena de televisión. Como si ya no supiéramos diferenciar entre realidad y ficción. Como si las series debieran ser ejemplarizantes. Como si una película no pudiera tratar los claroscuros del ser humano.

Así se confunde por completo, y hasta límites perversos, lo que supone una historia de ficción. Una cosa es estigmatizar a un colectivo vulnerable o dulcificar un hecho deleznable desde un privilegio verbal y otra es retratar sucesos perturbadores desde una serie. Ya sea actual, o del pasado. Porque, en los últimos tiempos, en la simplificación a la que nos arrastran las redes sociales se intenta incluso condenar obras maestras de nuestra historia audiovisual desde una tosca mirada que reduce lo que toca. Hasta ha sucedido con sitcoms como 'Friends' o, en España, se ha intentado con la familiar 'Verano Azul' cuando alguien desde los ojos del hoy entendió como faltón que un niño tuviera el mote de 'Piraña' porque comía muchos helados. 

Aquella persona no se percató de que la anécdota de ese mote plasmaba una España que existió. Y la sociedad entiende perfectamente los contextos en las series. Es más, en este caso, entiende la fusión de sensibilidad y socarronería que tan bien manejaba el director Antonio Mercero para representar con espíritu crítico la realidad de su tiempo.

Apagar, cancelar o invisibilizar ficciones porque no se ajustan a lo modélico es un veto que nos empobrece. Y nos hace más manipulables, pues el prejuicio impide ver con mirada amplia el resultado de una obra.

La ficción no es dogmatizar. Es indagar en realidades, conflictos o fantasías a partir de la libertad creativa del autor y del atrevimiento de la productora y/o cadena. Se puede educar con la ficción, por supuesto, pero resultar ejemplarizante no es su obligación. De hecho, es sano que la ficción muestre la sociedad con sus imperfecciones, toxicidades e incluso con sus decisiones maquiavélicas que, a menudo, ayudan a progresar sin cometer mismos errores.

Solo faltaría que los guionistas ya no puedan salirse del patrón de lo "edificante" ni crear personajes negativos ni reflexionar sobre lo peor del ser humano. Entonces, pensaríamos menos. Entonces, la ficción no estaría creyendo en la inteligencia del espectador.

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