Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Cuando daba igual el vestido que llevara la presentadora de 'Las campanadas'

Martes y Trece, en las campanadas fin de año de 1991
Martes y Trece, en las campanadas fin de año de 1991
RTVE
Martes y Trece, en las campanadas fin de año de 1991

No siempre hubo que plantarse un efectista vestido en la retransmisión de las campanadas para estimular el entretenimiento que más horas nos ocupa: el critiqueo. De hecho, antes ni siquiera se veía en pantalla a los presentadores del fin de año. En los primeros tiempos, el despliegue técnico de TVE se limitaba a la señal del reloj de Sol. El presentador no salía en cámara. Simplemente se escuchaba una locución. Algunas locuciones más sonadas, como cuando Marisa Naranjo dejó al país compuesto y sin uvas. El ruido de la plaza le impidió escuchar al reloj.

Todo cambió con Martes y Trece, que llegaron dispuestos a revolucionar la emisión del cambio de 1990 a 1991 con un magistral instinto del show. Dejaron atrás las solemnes, estáticas y previsibles presentaciones institucionales, esas que caen en tópicos manidos que en realidad no dicen absolutamente nada, e hicieron suya la emisión con pura comedia: la que parodia con surrealismo los protocolos absurdos. Incluso cuando acabaron de sonar las campanadas, Millán redondeó con un "pero, ¡cuándo empiezan las uvas!". La mejor tele es la que se ríe de sí misma. Fue una emisión sublime por dinámica y ácida. La televisión pública no temió convertir en sketch la estampa de la celebración del fin de año. 

Algo había cambiado. La emisión de las campanadas dejaba de ser un rígido discurso oficioso para ser un show de entretenimiento cómplice. Un programa más, pero con la mayor congregación de audiencia de los doce meses. Aunque hubo otro punto de inflexión cuando llegó Ramón García (y la iconografía para el recuerdo de su capa). Él fue pionero, junto a los profesionales de TVE, en revolucionar la presentación del reloj de la Puerta del Sol para que el espectador no se perdiera y con un simple golpe de vista entendiera los pasos a seguir.

Se terminó con una retransmisión caótica y se estructuraron los tipos de planos de la emisión, casi de la misma forma con la que se explicaban las pruebas de ¿Qué apostamos?. La liturgia televisiva era clave para impulsar visualmente la mecánica del mítico reloj: se incidía la bajada de carillón con un plano descendente de la bola dorada, los cuartos se remarcaban con un zoom que se acercaba al reloj (subrayando que era inminente el momento álgido) y las campanadas se potenciaban con un apoteósico plano corto del reloj, que hacía gigantes a sus agujas. 

La base de esta fórmula se sigue utilizando en TVE aún hoy: es la más efectiva a nivel visual y, desde entonces, ningún presentador se ha perdido. ¿Cuál será el siguiente paso? El porvenir de la emisión del cambio de año pasará por otorgar más frescura a la realización y volver a relajar tópicos readquiridos, rigideces que paradójicamente han ido recuperando peso con el paso de los tiempos y que hacen a la emisión más fría. De ahí el éxito de Cristina Pedroche y sus vestidos en Antena 3. Un fenómeno que surgió de forma casual al auparse el interés por una emisión menor en La Sexta y que definió como el poder de una imagen que se convierte en meme puede generar tal 'boca a boca' social hasta transformarse en una infalible tradición. Porque las tradiciones más enérgicas son las que despiertan el morbo de la expectativa. ¿El siguiente cambio en la emisión de las campanadas vendrá de la mano de otra casualidad viral? En vez de esperar, quizá deberíamos apostar más por la creatividad y, ya puestos, no quedarnos en un balcón cuando la tecnología de hoy permite convertir toda la Puerta del Sol en un gran plató. 

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