Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Eurovisión sin juniors

'Eurovisión Junior' logra un 10,1 por ciento de share, mejorando resultado en audiencias con respecto el pasado año que cosechó un pobre 7,6 por ciento de audiencia. Aunque los datos de interés son bajos para el potencial de la marca 'Eurovisión'.
Escenario de Eurovisión Junior 2022
Escenario de Eurovisión Junior 2022
UER
Escenario de Eurovisión Junior 2022

María Isabel conquistó Eurovisión Junior 'antes muerta que sencilla' gracias a su salero fruto de la ingenuidad infantil. Entonces, la emisión española alcanzó un vertiginoso 43 por ciento de share. Eran otros tiempos (La 1 seguía líder y con menos fragmentación de consumo), era otro horario (en pleno prime time) pero, ahora, en cambio, 'Eurovisión Junior' no logra arrastrar el tirón del Eurovisión original -programa que se mantiene como espacio no deportivo más visto- y pasa más desapercibido como acontecimiento mediático. Aunque España logre de forma habitual buenas posiciones, este año la sexta plaza con Carlos Higes.

Uno de los problemas básicos del formato es que no hace virtud de sus diferencias con la competición grande. Tampoco la mayoría de los propios participantes, que en vestimenta, peinado y actitud no parecen juniors. Y encima sin demasiado despliegue en puesta en escena, lo que empuja a que algunas actuaciones se vean antiguas, planas y repetitivas. No sabes si estás viendo la resurrección de la OTI o Eurovisión.

No ayuda que la estética del programa no intente un sello propio con más atrezo físico, que fomente esa ensoñación clásica de un imaginativo parque temático en donde a niños, adolescentes, padres y abuelos les apetecería ir a jugar juntos. Nada que ver, el escenario de Eurovisión Junior se queda en un decorado intercambiable más del eurofestival con las prácticas pantallas gigantes y un envoltorio muy oscuro que visto a las cuatro de la tarde no resulta muy acogedor.

El programa tiene el potencial de generar curiosidad en la audiencia por la fuerza de 'Eurovisión' y ¿cómo lo hará mi país?, pero, en cambio, el formato en sí no aprovecha lo suficiente la poderosa energía de la ingenuidad infantil, que se traduce en una espontaneidad televisiva muy especial. De hecho, el ganador francés Lissandro, con su interpretación de Oh Maman!, queda en el recuerdo sobre el resto porque transmite el garbo de la candidez y travesura de la inocencia. Pero, en general, se echa en falta esa espontaneidad sin filtros de la despreocupada mirada de cuando éramos niños, una naturalidad que atrapa a pequeños y mayores por igual. De ahí que gran parte de los talents shows de éxito internacional, como La Voz, desarrollaran sus versiones infantiles que incluso eran más vistas que las adultas: los niños no iban tan resabiados como los adultos y transmitían una verdad única celebrada en tiempos de unos programas demasiados prefabricados.

Como consecuencia, el fervor por Eurovisión Junior se queda en tierra de eurofans: ni el gran público infantil se identifica con el espectáculo ni los papás lo entienden demasiado. La audiencia masiva potencial no ubica lo suficiente este talent show, que se va quedando estancado poco a poco. No empatiza. No implica. No se diferencia. Tal vez necesita dejar de influir a los niños para que sean lo que se espera de ellos de adultos (ya tendrán tiempo) y fomentar su inteligente y cristalina visión del mundo desde las peculiaridades de cada país de origen. Pero parece que nadie está ahí, quizá es que la infancia ya dura lo mismo que un baile de TikTok.

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