Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El fin del polígrafo de 'Sálvame Deluxe': el agotamiento de la TV que vive en la inercia

Conchita, la responsable del polígrafo en el 'Deluxe'.
Conchita, la responsable del polígrafo en el 'Deluxe'.
MEDIASET
Conchita, la responsable del polígrafo en el 'Deluxe'.

Las audiencias ya no respaldan al Deluxe, que la próxima semana será sustituido en viernes por una nueva edición del talent show 'Mediafest' con el objetivo de intentar paliar el éxito de Antena 3 con La Voz y Tu cara me suena, que está a punto de volver.

Pero ahí sigue el Deluxe, ya sea en viernes, en sábado o dónde toque, como comodín que continúa aferrándose al polígrafo como reclamo. Como si nadie se hubiera parado a pensar que quizá uno de los problemas que propicia el desinterés del espacio es el aparato de Conchita. Para empezar, porque el aparato ni se ve ni se nota ni se intuye. Sólo sale con una tablet como la que tiene cualquiera en su casa. Credibilidad nula.

Lejos queda cuando la audiencia española descubrió 'La máquina de la Verdad'  de mano del  Julián Lago. Era 1992 y la televisión hacía espectáculo con un aparato gigante que medía la reacción corporal del invitado a las preguntas incisivas del periodista que cocinaba el suspense con aquello de "no responda ahora, hágalo después de la publicidad". Los cebos nacieron en aquel Telecinco, que incidía en la liturgia escénica para otorgar de épica a un frío aparato de dudosa credibilidad. 

Entonces, en un primer plano, se veía el rostro de tensión del personaje que había aceptado el polígrafo, a la vez que la imagen mostraba los sensores que abrazaban su cuerpo y las agujas que dibujaban sus nervios a través de unas líneas imprimidas en una hoja gigante que nadie sabía muy bien cómo leer. Nadie, menos propietario del detector de mentiras. El histrionismo de aquel programa lo convirtió en un éxito que incluso debilitó al fenómeno que suponía en aquel momento Hola Raffaella con Raffaella Carrà. El show de la conversación cómplice estaba dando paso al griterío de la charla caníbal. 

Y el polígrafo se quedó en la rutina de la televisión. Aunque, al final, han ido desapareciendo todos sus protocolos visuales para quedarse sólo en una señora a la que hay que creer cuando confirma si es verdad o mentira mirando una tablet. Su cometido sólo es una excusa para meter cizaña y polemizar todo el rato. Pero el espectador ya está inmune a esta técnica viejuna que ni siquiera se reviste de algún ritual para que entre por los ojos que hay un detector de mentiras al que enfrentarse y que te puedes creer o no. Hasta Leticia Sabater lo hizo en Mentiras Peligrosas del desaparecido Canal 7 madrileño, cuando su polígrafo era unos secadores de peluquería rodeados de luces de Navidad. Al menos, este paripé daba para una risa. Ya ni eso. ¿El polígrafo en televisión está sobradamente amortizado? Sí, dice la verdad.

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