Cuidar, cuidar siempre. Cuidar por que amas, porque quieres, porque puedes, porque debes. Cuidar a tu hijo con discapacidad, toda tu vida; cuidar a tu madre que ya no te reconoce, toda su vida. Cuidar al compañero con el que construiste tu realidad, toda vuestra vida.
Cuidar construye. Cuidar agota. Cuidar es una maratón, una carrera a largo plazo. Yo cuido. A mi hija, que ya se adentra en la adolescencia y comienza a desplegar sus alas frescas, de plumón inmaculado. A mi hijo, con dieciséis años, autismo y que necesita ayuda y supervisión constante. A mi pareja, el mejor compañero en esta travesía del quererse, del cuidar corresponsable. A mí misma, porque aquello que repiten tanto los expertos de que no se puede cuidar a otros si no se trabaja en la felicidad propia, si no se salvaguarda la salud mental y física, es verdad verdadera.
Yo cuido. Tú cuidas. Él cuida. Todos cuidamos. Y el que no cuida, o lo hará en un futuro o debería hacerlo. También puede que sea de los que es cuidado, es probable que todos lo seamos dado el momento. Cuidarnos y cuidar es la mejor argamasa de lo que somos, como individuos y como sociedad. Ser felices, que lo sean aquellos que amamos, es cuidar y cuidarse. Vivir es cuidar y cuidarse. Es elegir, es renunciar, es ganar y equivocarse; es caer, coger aire y sobreponerse; es disfrutar del sol de otoño y perderse el concierto; es ver y valorar lo que tenemos sin soñar imposibles. Es seguir adelante. Eso sí, ojalá nunca solos, ojalá siempre con ayuda, ojalá cada día con más recursos, con mejores apoyos, con los andamios que sostengan esa imprescindible y tan invisible red de los cuidados que nos envuelve a todos.
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